Ridder Rivera mete a Ken Summers su gordo puro cubano por el culo y se lo preña | Fucker Mate

LATIN LECHE

Le pasó los nudillos de los dedos por la curvatura de sus pectorales y los deslizó hacia abajo. Después agachó la cabeza para comerle un pezón. De reojo podía ver que la tela de los calzones blancos de Ridder Rivera cedía ante una polla que no paraba de crecer como consecuencia a cada caricia suya, una polla que se aventuraba gorda, pero que muy gorda.

Cambió las manos por sus labios y bajó por el torso comiéndoselo a besos. Llegar hasta el paquete le pareció una eternidad, pero bien había merecido la pena el viaje cuando se encontró frente a frente con la bestia. Primero plantó una mano en la parte de arriba, apretó el paquetón hacia abajo e hizo una mueca de felicidad cuando vio que el rabo rebotaba. Ken Summers miró ahacia arriba y sonrió a su dueño. Ahí había buen material y estaba a punto de descubrirlo.

Cómo resistirse a ese hostión de una buena polla saliendo por los calzones. Tiró con fuerza de la goma de unos gayumbos que se amoldaban con agarre a la cintura y las musculosas pierdas de Ridder y acercó la cara para sentir ese golpe de calor. El pollón salió escopetado pegando un bote hacia arriba, rozándole la barbilla y la boca. Pudo sentir su olor, olor a polla, olor a confinamiento, olor a macho.

La visión de una polla así de grande le hacía convertirse en el mayor cerdo, un cerdo que necesitaba abrir la boca, sacar la lengua a tope y notar cómo la punta del rabo se depositaba encima. El saborcito salado, el tacto caliente del cipote en sus papilas gustativas, era tan sólo el principio. Echó la cabeza hacia adelante y se la tragó, dejando que le penetrase hasta la garganta.

No era Ridder el que le obligaba a comer más al ponerle una mano sobre el cuello, pero inconscientemente, tener esa mano por detrás, con su cabeza atrapada entre ella y la polla, era como una invitación a hacerlo. Zorreó todo lo que quiso y más con el rabo. Ahora engrasadito con sus babas, se lo paseaba por toda la cara, notando el cosquilleo en los mofletes, la dureza sobre la nariz, el calor que desprendía ese mazo.

Ken presumía ante sus amigos de que nunca fumaba, pero ellos nunca le creerían de haber visto cómo se estaba fumando este auténtico e inimitable puro cubano. Estaba comenzando a ser esclavo de ese puro y lo sabía. Como un perrillo se dio la vuelta sobre sí mismo y metió la cabeza entre las piernas de Ridder. Ahora tenía sus huevos taponándole la nariz y la polla penetrándole desde arriba.

Qué tenían las manos de ese cabrón que cuando se las plantaba encima se convertía en su putita y terminaba con la cara follada. Era como si sentir su calidez y lo grandes que eran, despertase su lado más pervertido. Su culazo sintió exactamente lo mismo que su boca cuando esas dos grandes manazas se apropiaron de cada uno de sus cachetes.

Se le abrió un buen agujero que no paró de expandirse al contacto de la hábil lengua del cubano, que sin duda alguna sabía cómo hacer para que un culito, por estrecho que fuera, estuviera preparado para recibir su enorme verga. Para cuando Ridder le presentó la polla a su vicioso ojete, este ya le había penetrado a pelo hasta adentro. Un primer pollazo hasta el fondo, rabo fuera y a la segunda se quedó dentro para tener una distendida y larga conversación entre amigos.

Ken miró hacia atrás y se dio cuenta de que ese tio había nacido para follar, para hacer felices a chicos como él. Puro músculo, sintió el calor de cada uno de sus muslos atrapando las nalgas en medio, después la gordísima polla clavándose en su interior, justita, rellenándole el hueco. Tras eso, Ridder se lo zumbaba sin compasión, dejándose llevar por el gustito que le daba meter el rabo por esa raja tan acogedora y suave.

Las buenas piernacas que tenía el cubano, impedían que la polla penetrase hasta el fondo, así que para eliminar esa barrera y que no hubiera impedimentos para tenerla toda, Ken le hizo tumbarse sobre la cama y se sentó encima para cabalgarle. Ahora sí, toda enterita dentro de él, se puso a dar unos buenos saltos pajeándole toda esa minga morenota.

Pelear o morir, es lo que Ridder pensó cuando notó un sudor frío en la frente que anunciaba una corrida inminente. Si se quedaba quieto y veía a ese muchacho saltar sobre él sin hacer nada, le iba a dejar preñado de un momento a otro. Decidió pelear, cogió a Ken por las caderas y empezó a meterle una culeada desde abajo, se propulsó con fuerza levantándose de la cama y se folló al chaval en volandas metiéndole una traca de pollazos infalibles.

El culo penetrado, sus piernas en los hombros, las manitas alrededor de su cuello, colgado como un koala a su árbol de eucalipto preferido. Comiendo rabo. En qué hora se había dejado esos calcetines verdes de colegial puestos. Sin querer había despertado el lado fetiche de Ridder, que no podía evitar ver a un chaval malote de instituto al que necesitaba dar por el culo.

Después de aquella demostración de poder, Ken se rindió a ese macho. Se tumbó en la cama y abrió las piernas para que le penetrase de frente. Menudo vicio ver en primera fila cómo el tiarrón ponía a trabajar cada músculo morenito de ese cuerpo en acabado mate, y todo con la intención de clavársela por el culo.

Volvió a dejar que se lo follase al estilo perrito poniendo el culete y volvió a cabalgarle por última vez. Ken estaba a punto de mancillar ese cuerpazo cubano, de hacer que ese acabado mate pasara a tener un acabado brillante, dejándole un chorrazo de lefa blanca por encima del ombligo. Ridder cogió un poco de ella con los dedos, se lo esparció por los adbominales y le puso los dedos mojados en los labios de Ken para después llevarlos a los suyos.

Recuperado de la corrida, Ken se sacó la pollaza de Ridder del culo y se puso a relamer su propia lefa como un buen cerdo. Puso bien cachondo al cubano al hacer eso, porque se agarró la chola y se la empezó a pajear sin dejar de mirarle. Todo parecía que iba a tener un final feliz, de hecho Ridder avisó a Ken para que pusiera la cara porque se venía encima, pero en el último momento se lo pensó mejor, le hizo ponerse a cuatro patas de nuevo, le metió unas últimas culeadas y se corrió dentro del culazo del chaval.

Hora de admirar la sorpresita que le había dejado dentro. Ken se puso en cuclillas sobre Ridder y dejó que el peso de la gravedad hiciera el resto. De su ojal fueron saliendo unos buenos chorretes de semen que Ridder lograba atrapar con la mano para engrasarse de nuevo la polla. En cuanto Ken hubo desalojado su orificio relleno, tomó asiento y gozó del último pollazo.

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