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Adango mete sus 20 cm de rabo venezolano a Jonathan Miranda a pelo y a cambio recibe una follada sin condón | Tim Tales

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Ese chaval de pelo rapadito por los lados y con aires de machote era su reto. Jonathan Miranda había investigado en el pub y todas las informaciones le llevaban al mismo camino poniéndole cachondo perdido. Sin duda todos coincidían en que Adango, el nuevo camarero venezolano, era un auténtico follador en la cama. Hasta sin conocerlo, Jonathan se ponía celoso cuando veía a otros chicos y chicas acercarse a la barra y tontear con él. Es lo que tenía ser el rabo más popular del sitio.

Un día se propuso cazarlo y no irse del local hasta que cerrasen. Muchos intentaban quedar con él pero al final la cosa se quedaba en un tonteo. Jona le ofreció llevarle a casa y su sorpresa es que acepto. Por el camino Adango le confesó que estaba esperando que se lanzase. Al parecer, Jona también tenía muy buenas referencias en el barrio, así que por una parte y por otra, los dos estaban deseando conocerse sin ropa encima.

Fue sobre la cama, cuando tuvo a ese machote clavado encima de su rabo, cuando Jonathan se dio cuenta de que ese chico era harina de otro costal. No sabía qué tenía, pero su lado pasivo le llamaba enormemente al ver la cara de ese follador innato que ahora estaba poniendo el culo, al ver su gigantesca polla como una estada bien dura golpeando su estómago en cada salto.

No podía más, tenía que ponerle el culo. Sin tiempo para sacar condones, ese cabrón le reventó el ojete y Jona se puso de mil y una formas para sentir ese poderoso rabo dentro de él. Nunca antes había puesto el culo con tanto entusiasmo como con este tio. No es que con otros no le apeteciera, pero con este era otro nivel. La mirada clavada en sus ojos, lo apuesto que era y la cara de rabia que ponía al meter todo su cilindro dentro del culo. Sin duda se había ganado la reputación que le precedía.

Jona también le dio lo suyo, aunque fue él quien acabó sobre la cama empotrado y corriéndose para ese chico. Le regaló la mejor paja de su vida, tanto que cuando acabó y recuperó la cordura, miró su torso y vio que no quedaba hueco que no estuviera cubierto de semen. Tios como Adango con los que le cargaban una generosa cantidad de leche en los cojones.

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