Las Cosas Que Te Hacen Mirar (parte 3): Dato Foland se folla a Jean Favre mientras Ehrik Ortega se pajea mirando | MEN | Alter Sin

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Nunca podría confesárselo a su pandilla de amigos, porque lo tenían por todo lo alto. El follarín, el latin lover, el conquistador, el puto amo. Casi una década atrás, cuando cumplieron los 18 y ya tenían edad, cuando no quedaban en casa de uno a ver la peli del viernes del plus, acudían al videoclub a alquilar una peli, se sentaban todos alrededor de la tele, se sacaban las pollas y le daban al manubrio hasta enlechar el puto suelo de tantos que eran. Gemidos y rabos corriéndose sin parar. Ehrik Ortega era el mejor tirador y el más pollón, así que todos se reían cuando dejaba escapar la manguera, porque siempre terminaba corriéndose en su propia cara o lefando a otro de sus colegas sin querer.

Lo que no sabían era lo que provocaba a Ehrik tal placer. No era ver una polla entrar por un coño, ni la cara de una tia chupando, ni sus melones bamboleándose al viento. Lo que realmente le ponía era una buena polla, unos cojones cargados, ver a todos sus colegas masturbándose, sus caras de felicidad al correrse. Nada le ponía más cachondo que ver a un tio apretándose el rabo, mordiéndose los labios de gusto, gimiendo y soltando toda la carga. Esas eran las cosas que le hacían mirar. Pero no podía decírselo a nadie.

Su trabajo de botones en el hotel, le había proporcionado una nueva vía de escape para disfrutar de sus fantasías sexuales ocultas. Pasar allí casi doce horas al día, le daba para urdir bastantes planes con los clientes asiduos. Les investigaba hasta saber si les molaban los rabos, se fijaba en las entradas y salidas, en las llamadas, en las miradas, y cuando ya lo tenía todo seguro, se insinuaba, buscaba su complicidad y ellos le dejaban la puerta abierta de su habitación para que entrase cuando se llevaban a algún chaval arriba. Ese era el pacto.

Cada día esperaba ansioso en recepción la hora de la comida. Entonces Dato Foland, una belleza rusa, hacía acto de presencia, siempre llevando allí a un nuevo tio, la última a un francés guaperas llamado Jean Favre. La hora de la comida, esa en la que su mujer creía que estaba almorzando en el trabajo. No, se estaba follando a un montón de afortunados chavales. Entonces llegaba, le pedía las llaves y le guiñaba un ojo. Era la señal.

Ehrik esperaba impaciente unos minutos, lo que calculaba tardaba el ruso en bajar los pantalones al francés, dejar que le acicalase un poco la polla y tumbarle para preparale el culo. Entonces subía nerviosito, haciendo virguerías para ocultar la empalmada, unas veces el carrito de la comida, otras algunas toallas limpias. Puerta abierta, sin hacer ruido se colaba, se sacaba la polla de la bragueta y se ponía a mirar pajeándose, sabiendo que Dato sabía que estaba allí haciéndolo. A veces, sin que el invitado se diese cuenta e incluso siendo consciente, se acercaba más de la cuenta para recibir una chupadita y sentir esa dulce boca acoplándose a su rabo. Al día siguiente volvería a ser el follarín, el latin lover para sus colegas, pero precisamente unos extraños son los que conocían sus secretos sexuales más ocultos y lo que de verdad le gustaba mirar.

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