En las fiestas de protocolo, dentro del salón se hacían buenos negocios y algunos amigos, pero las verdaderas amistades nacían de esos momentos en los que un hombre necesitaba un respiro para salir a la terraza o al jardín. Copa en mano, Allen King y Sir Peter intercambiaron algunas miradas y un par de sonrisas, aparte de un brindis desde la distancia a la que estaban.
Por primera vez en todo el día, Allen sintió que podría surgir algo y divertirse por fin. Tenía un sexto sentido que le hacía presentir a un tio bien dotado a distancia. Le miró de arriba a abajo, fijándose detenidamente en el ceñlido paquetón de sus pantalones y se mordió el labio inferior imaginando la pedazo tranca que podía tener aquel maromo. Hasta que se le escapó.
No había ido muy lejos. Observaba al chaval desde una vista privilegiada, justo en la ventana qe había a su espalda. Si Allen era bueno intuyendo pollones, Sir Peter era un maestro con los culos y el de Allen, cuando se agachó para dejar la copa en el suelo y se le remarcó en la parte trasera de los pantalones, consiguió despertarle la polla de su letargo.
Los invitados se habían ido ya a la presentación. Estaban solos. Iniciaron un baile en el jardín cargado de morbo. Al ver acercarse a ese tiarrón tan grande que le sacaba casi una cabeza de altura, apuesto y fuerte, a Allen se le abrió el agujerito del culo como un resorte y el corazón le empezó a latir a mil. Todavía no le había rozado la polla y parecía como si ese tio, con una sola mirada y esas manos grandes sobando su cuerpo por todas partes, ya se lo estuviera follando de alguna manera.
Mientras ese seductor nato se colocaba detrás de él comiéndole la oreja, notó el tremendo bulto de su paquete, echó las manos hacia atrás y se lo palpó a conciencia, intentando no marearse por el tamaño de lo que estaba tocando, tan inmenso y grande. Sir Peter le retiró las manos a tiempo y le hizo suyo dominándole, abrazándole por detrás, metiendo su gran mano por la parte delantera de los pantalones de Allen, acariciando su rabo, poniendolo durito, toldo esto sin dejar de agasajarle.
Para cuando se quedaron frente a frente besándose, ya estaban medio despeinados y muy calientes. Allen ardía en deseos de sacarle la verga y ver de qué pasta estaba hecho ese cabrón. Le desabrochó el botón, le rebajó la cremallera y lo que salió de allí le dejó desarmado, un gigantesco pollón tan largo que sobresalía de la cintura de los pantalones y eso que era tipo faja y alta, tan grueso que lo primero que hizo por instinto fue agarrársela a mano llena y pajear a la vez que se entregaba por completo a ese chulazo.
Sir Peter siguió sus pasos y también le sacó la pija, larga y bien guapa. Cruzaron pajas mutuamente dándose cera a buen ritmo. Sir Peter le metió el pulgar en la boca para que se lo chupara. Tenía el dedo tan grande como una polla y Allen lo disfrutó como tal. Le encantó que ese tio fuera tan cerdo y le escupiera dentro de la boca. Había hombres tan atractivos y bien dotados que conseguían que otros se doblegaran e hicieran cosas que jamás habrían imaginado. Allen se dejaría hacer cualquier cosa por ese tio, cualquier cosa.
Fue una de las pirulas más grandes y gordas que se había llevado jamás a la boca y eso que las había visto enormes. Al arroparla entre sus labios chupó como un mamón con ganas. El glande comenzó a penetrar su boquita y los labios se amoldaron al contorno del cipote, allá donde el pellejo se descubría. Todavía le quedaba un buen trozo de más de veinte centímetros por meterse dentro, algo imposible, lo que lo hacía más apasionante si cabe.
Chupó con deleite esa cabeza grandota una y otra vez hasta que Sir Peter le obligó a tragar. Allen abrió la boca a tope todo lo que pudo y ese cabrón se encargó de follársela y penetrarle la garganta introduciendo dentro de ella medio rabo, dejándole con lágrimas en los ojos y sin respiración. A Allen, lejos de molestarle, lo que estaba era completamente perraco, deseando comer polla, con las babas colgándole de la barbilla.
Le encantaban los tios así que no eran conscientes del volúmen de sus enormes rabos. Volvió a agarrarle de la cabeza y le obligó a tragar más. Le dio unos toqucitos en el cogote, como si eso fuera a cambiar las cosas, como si fuera un tarro de mermelada envasada al vacío en un tarro de crital que se puede abrir más fácilmente con un par de palmadas en la culata.
Ese tio empezó a decirle cómo abrir la boca, cómo lamérsela, cómo tragar, cuándo comerle las bolas. Bajó al nivel de su cara y se comió todas las babas, le relamió los labios y le preguntó si le gustaba. Allen asintió rápidamente sin mediar palabra, deseando volver a tener esa gigantesca pollaza delante de su cara. Gustar no era la palabra adecuada. Era flipante el morbo de ese hombre y lo cachondo que le estaba poniendo.
Sin saber si podría encajar esa enorme mazorca, Allen, se levantó, se bajó los pantalones, le dio la espalda, se apoyó en la barandilla del jardín levantando una pierna que Sir Peter le cogió en volandas para abrirle el culo y se dejó follar a pelo. Le dolió, vaya que si le dolió. Una polla de más diámetro que el de un vaso de cubata perforándole el ano. Se lo destrozó en carne viva.
Poco a poco, lo que su boca no pudo tragar, lo hizo el tierno agujero de su rico culito. Los gemidos de dolor disminuyeron, el hueco de su ano se acostumbró a ese pene gigante frotándose por su interior. Para un tiarrón así de grande, un culito tan redondito y manejable como el de Allen era un puto festín. A hombres como ese les ponía y mucho ver sus enormes trancas destrozando agujeritos.
Todavía de pie, Allen se inclinó y apoyó las manos en el suelo, a ver si así entraba más suave. Que va, ese tio le cogió de la parte de abajo de la camisa como si fueran las riendas de un potrillo salvaje y le empotró a pelo por detrás. Entonces Sir Peter hizo algo que ningún otro hombre le había hecho, que sólo un tio tan fuerte y grande como él podía hacer. Le cogió en sus brazos como si fuera su bebé, de lado y siguió penetrándolo en volandas.
Sin tiempo para ir a un lugar más cómodo, Sir Peter se tumbó en el suelo. Allen continuó ensartado en su enorme polla y se tumbó sobre el cuerpo de Sir Peter, levantando las piernas abiertas, dejándose follar. Cuando el rabo se salió del culo, plantó los pies a cada lado de su cuerpo y le pajeó la polla. Joder, era como sentarse en un puto poste de carretera.
Se dio media vuelta y se abrazó a Sir Peter. Se entregó a él por completo. Se miraron fijamente con un deseo demencial, se echaron el aliento, lo gozaron. Sir Peter se desabrochó la camisa blanca y entonces Allen terminó de enamorarse del todo al ver su torso musculado, potente, firme, peludito. La pajarita y la cadena al cuello ponían la guinda la pastel. Esos pezones duritos en sus pectorales. Volvió a comerle la tranca con más ganas todavía.
No, no era la misma polla que se había encontrado antes de que se lo follara, no era ese falo suave por el que deslizar los labios. Se había convertido ahora en un pollón con las venas bien hinchadas, tropezones para los sentidos. Ese tio era la virilidad en persona. Tras pegarle unas caladas que le hicieron perder su fuerza de voluntad, se tomó unos segundos para mirar de frente de nuevo a ese pollón. Gigante como él solo.
Sir Peter tomó posición tumbándose de lado en el suelo, se escupió en la palma de la mano y se lubricó el pene. Hizo a Allen ponerse justo de lado de él en la misma postura. Le hizo la cama empujando bien fuerte con las caderas, sumergiendo su pollón dentro del culo. Todo invitaba a hacerlo. Ese tiarrón con la cara tan cerca de la suya, gozándolo, con la mirada perdida, dedicado a follar, su cuerpo desnudo y varonil, las manos grandes y calientes agarrando sus muslos, dedicadas a evitar que se cerrara de piernas.
Allen se sacó toda la paja. Tras dejarle su momento, abrazarle y comerle la oreja, Sir Peter necesitó el suyo. Se levantó y se empezó a pajear el pollón. Allen supo qué hacer. Se colocó de rodillas, abrió la boca y sacó a lengua. Sir Peter le agarró de la parte alta de la cabeza para mantenerla en posición mirando hacia arriba. La leche salió a perdigones, mojando todo lo que había entre ellos, dejándole a Allen los morretes sucios. Allen le comió el pene recién corrido, metiéndose el cabezón gigante en la boca. El rabo enorme, tieso, más largo que su cabeza, un pollón pollón. No conforme con eso, sorteó el rabo para acudir a la parte baja del ombligo de Sir Peter, donde se había dejado unos pegotes. Se los relamió con gusto mientras le miraba. Follar antes del brindis, desconocidos antes de ser amigos, eso era lo que les gustaba.