Emilio Reynolds se deja querer a pelo por Shane Mendes en la cabaña del bosque | Bel Ami Online
Con mucho esfuerzo y sacrificio, dando un paso previo importante a la independencia de sus padres, Emilio Reynolds y Shane Mendes se habían construído una cabaña bien mona en mitad de la naturaleza con más porche que casa, donde poder pasar el rato al aire libre charlando en el sofá, jugando a las cartas en la mesa y una zona apartada que sería el futuro baño y que ahora apenas contaba con una bañera y poco más.
Si querían vivir allí, también tendrían que aprender a ahorrar, así que comenzaron por dosificar el agua aprendiendo a ducharse juntos. Si esto era lo que les deparaba cada mañana, la cosa pintaba de puta madre. Los dos jóvenes, con sus cuerpos atléticos completamente desnudos, unas buenas pijas colgando, lo que hacía imposible moverse, estando los dos tan cerca, sin rozar sus miembros contra alguna otra zona de sus cuerpos.
Allí solos, en mitad de la nada, con todo el tiempo por delante, vieron las puertas abiertas del cielo y se abandonaron a los placeres mundanos de la tierra. Shane se fijó en que a Emilio se le había puesto durita. Bajó a chupársela y se deleitó con el sabor y el tamaño de esa verga entre sus labios. Grande y gordita, como a él le gustaban.
Lejos de acabar con Emilio, le dio la vuelta y exploró con sus morros y con la lengua el culazo de su colega. Emilio le abrió las puertas de par en par y Shane se metió hasta el fondo del pasillo, enfilándole la polla sin condón hasta el escaparate. Ver rebotar ese culazo en sus caderas tragando rabo le puso fino filipino. Ver a Emilio de esa guisa puso a Shane cachondísimo, sobre todo cuando lo tuvo cabalgando sobre sus piernas.
Su carita guapa, esos mofletes ruborizados por la follada, la belleza de su cuerpo musculado frente a él, disfrutando del sexo. Qué puta pasada poder inaugurar la casita de esa forma. Le infló el culo a pollazos y no paró hasta que le vino el gusto, sacó la polla y se corrió en sus nalgas. Por suerte habían colocado un sofá de mimbre en el baño, donde se tomaron un tiempo prudencial para recuperar fuerzas, porque algo les decía que una vez habían empezado así, eso ya no habría quien lo parara.