Dos horas antes. Samuel Hodecker estaba caliente y no había podido dormir tranquilo en toda la noche pensando también en la entrevista de esa misma mañana. Era o paja o mandar un mensaje privado por la app a un tio buenorro y esperar a que llegara para follárselo. Decidió lo segundo rezando para que llegara a tiempo. En cuanto vio la foto de Sancho, un tiarrón latino, lo tuvo claro. Que pusiera en su perfil que le gustaba que le dieran a pelo, hizo que darle al dedito sobre la pantalla del móvil fuera más fácil todavía.
Le encamó con ganas. Se quedaron los dos sudando y corridos sobre las sábanas. Samuel miró el reloj. Apenas le quedaban unos minutos para la entrevista de trabajo en el despacho de abogados. Rápidamente se levantó y empezó a vestirse de traje y corbata. Mientras iba conduciendo en el coche, todavía tenía impregnada en la retina la imagen de Sancho mirándolo desde la cama, desnudo, aunque más bien la mirada de Sancho se dirigía al pedazo de pollón de Samuel, que en ese momento se estaba guardando el rabo en los calzones.
Samuel no solía quedar más de una vez con los tios con los que follaba, así que le había dado a Sancho las llaves para que cerrara al salir y se las dejara al vecino, deseándole que le fuera bien y que ya se verían algún día. Ese algún día que nunca llegaba. Pero para Samuel ese iba a ser un día particular, uno de esos en el que las casualidades existen. Ya en el ascensor se fijó en el nombre del cartel del gabinete al que iba y leyó el nombre de Sancho. No podía ser, aquello tenía que ser una jodida casualidad.
Sin saber por dónde iba en aquella planta, Samuel se metió en un despacho amplio y confortable donde ya había alguien y tomó asiento aflojándose el nudo de la corbata. Decidió fijarse en el candidato que tenía al lado y allí estaba, Sancho. Ojos de sorpresa y un saludo tímido e incrédulo por la situación tan comprometida. Además se había metido en el despacho del jefe, que era él.
Sin cerrar siquiera la puerta, Sancho se acercó a su asiento y le plantó la mano en el paquete. Ese cabrón quería más y esta vez estaba dispuesto a hacerlo en su propio despacho, a la vista de cualquier empleado o candidato que pasara por la puerta. Se acercó tanto que sintió su respiración en la cara. Sancho sacó la lengua y le relamió los labios y el bigotito. Samuel no era de piedra, pero su polla estaba empezando a crecer y ponerse tan dura como una.
Así la tenía cuando Sancho se la sacó por la bragueta, otra vez emplamada y dispuesta a trabajar. Sancho le hizo una pedazo de mamada al pollón que tanto amaba, Samuel le bajó los pantalones, le empujó la espalda para que se inclinara sobre la mesa del despacho y le dio por culo sin condón. Luego lo hicieron en la silla, donde Sancho le cabalgó el mamposte sin darle tregua, saltando como un condenado, gozando de esa magistral pollaza tan larga y gruesa, que tanto le flipaba.