A Ridick le contaron en la entrevista de trabajo que el puesto era para ser secretario, es decir, para atender llamadas telefónicas, agendar reuniones y todo ese tipo de cosas. Nadie le contó que una de sus tareas iba a ser comerle la polla a su jefe cada vez que a él le apeteciera ni ponerle el culo en bandeja para que le metiera una buena follada a pelo.
Porque si se lo hubieran dicho… vaya que habría aceptado más que encantado una y otra vez. Cada día que pisaba la oficina y veía a Sir Peter en el despacho, al otro lado del cristal, con su traje impoluto y de corbata, hablando por teléfono todo el rato con sus contactos, con esa cara seria y concentrada en los negocios, Ridick se ponía cachondo.
Le llamara o no, cruzaba la puerta de su despacho y mientras Sir Peter sostenía el móvil con una mano, con la otra se iba sacando el rabo por la bragueta, el rabo más grande que se había visto nunca. Menudo pirulón. Ridick babeaba cada vez que se lo veía y una vez dentro de su boca no podía sino tragárselo a bocados. Intentaba chupársela con control para que quien había al otro lado de la línea no sospechara, pero es que no podía contenerse. Esa polla era tremenda.
Una vez acabada la llamada, Sir Peter le plantaba una mano en el cogote y le hacía tragar hasta los huevos. Con el rabo bien nutrido de babas, Ridick sabía lo que tenía que hacer. Se inclinaba sobre la mesa, ayudado de Sir Peter. Entre los dos le bajaban los pantalones hasta los muslos, dejando su culo al descubierto y luego algo duro, fuerte y caliente rozando la raja entre sus nalgas, las manos de Sir Peter separándolas y esa polla invadiéndole todo el hueco, dándole duro hasta que Sir Peter profería un gemido de satisfación y se le corría encima.
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