San Valentín también podía ser el día de los solteros si uno sabía cómo montárselo y a eso Adam Franco se le daba realmente bien. Por nada entregaría su alma ni su corazón a un pobre diablo, pero su polla, ay su polla, esa estaba deseando meterla en un buen agujero y donarla a cada tiarrón atractivo que se le cruzaba por el camino, siempre que estuvieran dispuestos a dejarse dominar cómo a él le gustaba hacerlo.
Por las calles oscuras de esa noche lluviosa en la ciudad, nada más cruzarse con Javi Gray, un chulazo irresistible con una cara guapísima y un buen culazo, supo que ese día de San Valentín no iba a terminar sin haber triunfado. Ahora lo tenía ahí en su camita, maniatado y bocabajo, desnudito por completo. No pudo resistirse a meterle mano, sobando sus muslazos de machote, sus nalgas. Tocar el culazo de un tio así de guapo se la ponía bien tocha, era casi como estar follándoselo ya con la mirada y con el tacto pero sin meterla.
Le coló los morros en la raja y sació su apetito, luego se sacó la polla por la bragueta y aprovechó que Javi tenía los pies juntitos para meter el rabo entre medias y dejar que le hiciera con ellos una paja. Le abrió el ojete del culo con un consolador y antes de metérsela le quitó el bozal y le puso a comer de su generosa polla. Meterle el rabo sin condón por el agujero fue una triunfada en toda regla.
Su enorme polla blandiendo ese culazo blanquito de futbolista, Javi estremeciéndose de placer, gimiendo, mirando hacia atrás, dándole un motivo más para joderle a pollazos con esa cara tan guapa, con esa barbita espesa que rodeaba sus labios conla boca entreabierta expresando todo el placer que sentía. A punto estuvo de llamar a otro colega soltero para que se la llenase de rabo o a besos mientras él se lo follaba sin condón.
Lo montó sobre sus piernas y allí descubrió que ese mamón tenía una buena pollaza, larga y gordita, de las que apetecía coger para meter unos buenos pajotazos. Le culeó desde abajo, sentado en la silla, congraciándose con las hermosas vistas de ese adonis cuyo rabaco no paraba de mecerse tieso entre sus piernas.
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