Estaba subiendo las escaleras del motel cuando me topé con un chulazo que iba en vaqueros y con el torso desnudo. El encuentro en ese momento era perfecto para enamorarse. La luz anaranjada dibujaba y sombreaba cada músculo del cuerpo de Darian Tyrell. Me fijé en sus abdominales marcados, en sus pectorales con algo de vello, en sus pezones. Luego alcé la mirada y me derretí al ver la sonrisa dibujada en su guapa y atractiva cara.
Al día siguiente apenas podía dormir y me levanté temprano. Bajé las escaleras y allí estaba, en el recibidor, esta vez completamente vestido, con una camiseta azul bien ceñida a su musculado cuerpo. Darian había aprovechado que no había nadie despierto aún para cascarse una paja y yo le pillé justo en el momento en que estaba empezando a intimar consigo mismo.
Se estaba metiendo una mano por el frontal de los pantalones, acariciando su rabo. Se desnudó en el sofá y pude verle toda la polla durísima. Le gustaba pajearse duro y fuerte. Esa cara de rabia concentrada en su puño, en dar placer a su rabo, cada músculo tenso y definido. Se paseó por toda la estancia masturbándose y pude verle su precioso culito respingón y blanco, uno al que no le había dado mucho el sol.
Era un cabroncete de mucho cuidado. Usó el sofá a su antojo, encajando la polla entre el cojín y el reposabrazos y simulando que se follaba un pandero. Desde donde yo estaba pude verle las pelotas entre las piernas, ya que las tenía ligeramente abiertas y con las rodillas dobladas en posición de follar. Se dio la vuelta, se sentó y volvió a pajearse, esta vez pasando el brazo libre por detrás de su cabeza. Estaba riquísimo con ese biceps destacando en su brazo, su sobaco peludito, tan guapo. Se dejó toda la leche encima y yo regresé a mi cuarto para hacer lo mismo, mirándole por la ventana cuando salió a tomar un baño a la piscina. Su cuerpo bañado por el sol y el agua, en calzones de Adidas, mojados, ceñidos, marcando las formas de su bendita masculinidad entre las piernas.
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