Déjate hipnotizar por la belleza masculina y los ojazos azules del guapísimo Marc | The Male Muse

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Mi comunidad de vecinos era muy aburrida, hasta que llegó Marc y cambió por completo mi rutina diaria, que ahora giraba en torno a él y a sus costumbres, algo completamente normal cuando uno está enchochado. Dicen que el enchochamiento con otra persona dura unos cuantos años, así que mientras ambos vivamos bajo el mismo techo, tengo diversión para rato.

Menudo chulazo. Qué forma de posar de forma natural en el borde de la piscina, con ese cuerpazo musculoso, tatuado, todo un machote de pelo en pecho, con esa línea de vello recorriendo su torso hasta su ombligo e internándose más allá de su bañador tipo slip. Pelo cortito con barba y bigote que acentuaban su guapísima y atractiva cara y unos ojazos azules tan prístinos como el mar de corales.

Ya desde el primer día tuve competencia por su atención y es que de repente la piscina se llenó de tios que no había visto en mi vida, que seguramente ni vivieran allí, se hubiera corrido el boca a boca por el vecindario, fueran amigos o conocidos de los que allí vivían y allí estaban, de invitados. Sea como fuera, todos disfrutábamos de su presencia y de cómo se trabajaba los músculos aprovechando las barras de la escalera.

Nadie se me iba a adelantar, no lo iba a permitir. Me acerqué a Marc y fui sincero desde el primer momento. «En pelotas tienes que estar de vicio«, le solté sin más. Me lanzó una sonrisa como respuesta y mi valentía tuvo premio, porque recogió su toalla y sus chanclas y me dijo que me fuera con él al piso, que me iba a enseñar todo lo que quería.

Y lo hizo y me puso muy cachondo. Nada más entrar en su guarida se tumbó en el sofá. La luz que entraba por la ventana le daba un aire todavía más atractivo a su musculado cuerpazo, marcándole el six-pack, acrecentando el brillo azulado de sus hermosos ojos, obligándome a enamorarme, a pedirle matrimonio. No podía dejar de mirarle de arriba a abajo, estaba buenísimo.

Era consciente de que con un tio así podía volverme loco de atar, perderme en su boca, en sus sobacos, restregar las barbitas y el bigote juntos y acaramelados, sentir el calor de su torso sobre el mío, su aliento entrando por mi boca, su respiración agitada dándome la puta vida, una ilusión con la que desear subir cada día a esa piscina vecinal, para llamar a su puerta.


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