Parecía que Allen King había dado con el paraíso de las pollas desde el mismo día en que Chuck se lo llevó selva adentro follándoselo de camino a casa. Volvió a probar suerte y se encontró con otro pedazo de macho que le sacaba casi una cabeza de altura, fornido y de pelo en pecho. Lazzarato era un poco bestia y muy acaparador, con una actitud muy atenta que a Allen le abría el ojete del culo que daba gusto.
Ese tio no besaba, directamente te comia la boca aprisionando tus labios con los suyos, metiéndote la lengua para buscar en lo más hondo de tu alma. Si Allen apreciaba su camiseta blanca de tirantes, ya podía ir olvidándose, porque se la arrancó a jirones. Le besaba y le escupía en la boca para humedecer sus labios. Todo eso estaba bien, pero Allen necesitaba descubrir el percal.
Ya podía hacerse a la idea por la tienda de campaña que ese fortachón llevaba montada, pero tenía que verlo con sus propios ojos. Tiró de los pantalones hacia abajo y descubrió que el tio no llevaba calzones. ¿Acaso algún hombre de por allí hacía uso de ellos? Se encontró con una polla flipante, tan larga, gruesa y dura como le gustaban. No era tan descomunal como la de Chuck pero era un buen pollón y con eso le bastaba.
El beneficio es que se la pudo tragar hasta los huevos, mantener durante unos segundos la respiración con todo el rabo colándose por su garganta y su nariz rozando los pelazos negros de la base de la polla. Lazzarato cerró los ojos dejándose llevar por el placer, puso las manos detrás de la cabeza y entonces Allen pudo ver el espectáculo de sus sobacos peludos y sudados.
Lo que realmente se la puso durísima fue ver el culazo de Allen ahí al fondo, contoneándose. Tuvo que inclinarse y tocarlo con sus grandes manos para comprobar que no era un sueño. Frotó con la yema de los dedos su agujerito y casi se le salió la leche de las bolas fantaseando la de guarradas que podría hacer ahí dentro. Puso su culito blanco y redondete en la mesita y le metió una buena comida.
Ahora que estaba expandiendo esas dos cachas con las manos, entendía lo que Chuck le había contado. No se veían culitos así de ricos muy a menudo. Algo le decía que tenía que lubricárselo bien para poder meterla. Se puso en pie. Costó un poco. Estaba apretadísimo, pero al final entró y el gustazo que le dio ese ano atrapando su polla fue tremendo.
Una vez la hubo metida entera y sin condón, empezó a follárselo. Allen no paraba de gemir como un auténtico salvaje. Durante un momento Lazzarato estuvo a punto de correrse, se quedó quieto y respiró hondo para proseguir, pero Allen no le iba a dar cancha. Lazzarato se quedó contemplando ese culito portentoso y entonces Allen empezó a pajearle el trabuco meneando su pandero hacia adelante y hacia atrás, tragando polla.
Estaba claro que ese cabronazo no le iba a dar un segundo de respiro. Pues al lío. Se tumbó en la mesa y le dejó cabalgar. Le tenía de espaldas, observando su lindo trasero, pero había algo más que le endulzó el encuentro sexual, que Allen la tuviera tan larga que cada vez que saltaba sentía los golpes de su rabo entre los muslos soltándole una caricia.
Si Allen quería seguir recibiendo una buena dósis de pollazos, tendría que trabajarse ese rabaco, porque el lubroicante natural de su saliva no duraría para siempre. Acabaron sobre la mesa haciendo un sesenta y nueve, Lazzarato lubricando ese ano y Allen encharcando la polla con sus babas, literal. Lo que Lazzarato tenía en ese momento en el valle de sus musculosos pectorales era tremendo, ese culito precioso y entre medias el rabo y los huevos del chaval acariciando los pelos de su pecho, calentitos.
Hicieron el amor los dos juntitos sobre la mesa, esta vez frente a frente. Lazzarato aprovechó la fuerza de sus piernas y de su culo para atacar a Allen por abajo con una sorprendente culeada. Le dejó el culo lleno de amor. Allen volvió a cabalgar sobre sus piernas dándole la espalda y se hizo una paja, eyectando el flujo de su semen sobre el muslo de su macho.
Lazzarato se sentó en la mesa y empezó a cascársela bien duro. Allen se inclinó para estar al quite y pillar algo. No lo vio venir. Lazzarato se la pajeaba con tal potencia que en un abrir y cerrar de ojos ese cabrón había lanzado tres proyectiles casi imperceptibles a la vista y tenía el puño y los huevos llenos de lefa. En qué puto momento la boca de Allen se había llenado de leche, no supo explicarlo, pero ahí estaba, babeando lefa sobre una polla todavía dura y recién corrida.