Nada mejor para que se fuera poniendo durita que mirar las portadas y contraportadas de las pelis porno de la estantería, pero mucho más dura se le pondría a Antonio Peña al ponerse de rodillas en una de las cabinas de los glory hole del Boyberry BCN y quedarse maravillado viendo cómo el larguísimo, grueso y firme pollón de Abel Sanztin iba asomando con sus formidables veinticuatro centímetros por ese puto agujero de placer.
Adicto a las pollas, había más agujeros alrededor de él, pero con ese rabo ya le era más que suficiente para ser feliz. Aún así, si entraba otra sería muy bienvenida. De momento se dedicó a disfrutar de esa pedazo de verga. Le entró suavita entre sus labios húmedos y tenía tragaderas para pollazas como esas y mucho más grandes todavía. Menudo pirulón se llevó a la boca. Cilíndrico, descapullado, tieso y bien recto.
Plantó la lengua cerca de la base y lo empujó hacia arriba para enderezarlo. Pudo observar la acojonante envergadura de ese mástil con un hambre voraz. La dejó caer mirando cómo rebotaba con la misma firmeza que lo caracterizaba. Abel se separó un poco hacia atrás, escondiendo la polla por el agujero, lo que obligó a Antonio a meter los morretes or el hueco. Era la forma que Abel tenía para ver cómo esa boquita se zampaba su barra de pan. Y qué boquita, joder, bien tragona.
Se preguntó si el chavalito estaría desnudo. No tardaría en comprobarlo. Los morretes desaparecieron y segundos más tarde un culito de melocotón, precioso y suave ocupó su lugar. Abel se agarró la polla, la cinceló entre esas nalgas y le hizo un tiento metiéndola por la raja. Abandonó esa idea. Se dirigió a la cabina, llamó con los nudillos del puño a su puerta y se lo llevó al catre.
Qué cara más bonita. Necesitaba agarrar su cabeza y hacerle comer rabo. Antonio era un buen tragón y, aunque no llegó a devorarle todo el trabuco entero, sí se zampó al menos veinte centímetros de pura cepa. Pirulas así de largas y alucinantes no se veían todos los días. La pajeó, la agarró con la mano para darse pollazos encima de la cara y volvió a dejarse impresionar a sí mismo dejando caer esa descomunal pollaza, viendo lo tremendamente larga que era, casi imposible.
Abel quería que se la comira enterita. Le hizo llorar. Antonio también quería tragársela hasta el fondo. En los últimos momentos de la mamada, su cara reflejaba el más puro arte de comer pollas. Lágrimas deslizándose por sus mejillas, su propia saliva con sabor a rabo decorándole toda la carita guapa y los morros, el pollón de Abel mojadísimo, lleno de babas.
A pesar de tenerla bien engrasada, Abel le comió el culete al chaval, luego se puso de pie detrás de él y empujó con la polla bien dura apuntando hacia su agujero, metiéndosela entera y a pelo por el culo. Antonio se agarró fuerte a las paredes de metal con agujeros que tenía enfrente, intentando acostumbrarse a tener una barra firme de casi veinticinco centímetros perforándole el ano una y otra vez.
Ese chulo le acorralaba cada vez más empotrándole contra la pared. Le gustaba eso de sentirlo cada vez más cerca. Abel se agarró al techo, protegió ese culito que ya era de su propiedad entre los muslos y se la calzó hasta el fondo, penetrándole con firmes estocadas. Se la sacó, se inclinó para darle un besito en el culete y se sentó en el banco, esperando que Antonio se sentara sobre sus piernas y le domara su polla salvaje como un buen vaquero.
Antonio se puso de pie en el banco dando la espalda a Abel. Tras una sentadilla, la polla era tan larga que no tardó en sentirla rozando sus nalgas. Acomodó el rabo entre sus cachetes dejándolo pasar por el interior de su agujerito una vez más y empezó a masturbarla con su trasero, dejando que su propia polla volara libre haciendo aspavientos.
Volvió a saltar sobre sus piernas pero esta vez de frente. Para entonces Abel ya tenía el culo de Antonio en su poder. Lo estaba agarrando con las manos y dirigiendo cada salto, esperando que en algún momento el chaval perdiera el miedo y se dejara caer con todo el peso de su cuerpo empalándose el pirulón hasta los huevos, pero entendió que no lo hiciera porque la tenía demasiado grande.
Una vez más le dio por culo y luego de frente. Antonio no resistió mucho tiempo el cara a cara, cuando Abel se inclinó sobre él e hizo contacto visual cercano. Se corrió encima. Se enlechó el torso hasta el pechote. Abel le dio la vuelta enseguida, le folló el culo y aguantó hasta el último segundo para sacar la polla y correrse en su raja. Había esperado tanto que sin querer le había preñado metiéndole una buena inyección de lefa.
No iba a pedir perdón por ello. Los chorretes cargados de lefa seguían saliendo de su polla cubriendo la raja del culo, colgando por él y cayendo sobre el puff en el que Antonio estaba de rodillas dejándose follar a pelo. Si la preñada ya estaba hecha, a tomar por culo todo. Abel le metió la polla por el agujero, desplazando a su paso los mecos de lefa, el poso de leche que le había dejado en el ojal. Se habían olvidado de coger una toalla para limpiar el lugar del crímen, pero Antonio tenía una técnica mucho más efectiva y placentera. Se arrodilló frente a Abel y le limpió el sable hasta dejarlo como los chorros del oro.
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@ fotos por Oscar Mishima