Para cuando Oskar Ivan se levantaba de la cama, Romeo Davis ya había llegado de correr. Oskar salía a recibirle al pasillo, esperando llegar a tiempo para evitar que se metiera en la ducha. Le gustaba verle todo sudadito y echar una follada antes de que se aseara. Así con los pantalones del chándal que tan bien le dibujaban el paquete, le ponía super cachondo y le encantaba ver cómo se le ponía durita a medida que le colmaba a besos deseando meterlo en la cama.
Cada mañana, la habitación se convertía en zona de cruising, en la que Oskar imaginaba que acababa de encontrar a ese chulo en mitad del bosque, descubría su larga, gruesa y gigantesca polla y se la pajeaba a dos manos, calmando en parte sus ansias de tocar un buen rabo caliente. Se arrodilló y empezó a mamársela. La tenía super gorda y le llenaba toda la boca.
Estaba todavía toda sudadita, como a él le gustaba zamparse una buena minga, después de estar encerrada en los pantalones durante casi una hora mientras corría por la ciudad. No pudo menos que hacerle un sitio de honor en su garganta, agarrarle por los huevos y tragársela a fondo, dejando que los pelos de la base de la polla le penetraran por los orificios nasales.
Con un manjar tan exquisito, a Oskar se le caía la baba, pero Romeo estaba al quite proporcionándole más saliva para chuparle la polla, unas veces morreándole, repasándole los labios con la lengua para que los tuviera húmedos y se la calzase mejor y otras lanzándole un escupitajo desde arriba. Fuera cual fuera la opción elegida, siempre era bien recibida.
A Romeo se le iba la vida por la polla. Ver de rodillas a ese guaperas comiéndoselo todo, sabiéndola mamar tan bien, hacía que se le quedaran los ojos en blanco del gusto que le daba. Cuando hacían coincidir sus miradas, saltaban chispas, un momento casi hipnótico del que Romeo no podía desviar los ojos, observando cómo Oskar se zampaba su rabo una y otra vez. Y como colofón, el muy cabrón se la tragaba hasta los huevos soltando una arcada.
Para entonces, Romeo deseaba a ese mamoncete con todas sus ganas. Lo llevó a la cama y dejó que se hiciera una paja él solito mientras se dedicaba a lamerle los pies. No porque ese fuera su fetiche oculto, que también, sino con una intención mucho más cerda y lujuriosa, dejárselos pringaditos de babas para luego meter su polla en el empeine y que se la masturbara con ambos pinreles.
Para Oskar era un buen ejercicio mañanero, mucho mejor que ir al gym y para Romeo una delicia. Cuando a Oskar se le agotaban las fuerzas, Romeo le cogía ambos pies con las manos y apretaba con fuerza hacia el interior para incrementar el placer. Oskar regresó entre sus piernas y se la rechupeteó por todas partes. Romeo se fijó en su guapísima cara y necesitó darle todo. Ese flequillito mojado de babas que se le quedaba en la frente, la barbita donde sin duda querría correrse, esos morritos suaves y lindos, los ojazos que le penetraban a distancia cada vez que le miraba.
Había otra zona íntima que Oskar todavía no había probado y que le encantaba esnifar y lamer cada vez que Romeo llegaba del entrenamiento matutino: sus sobacos. Olían a sudor, a hombre, a virilidad. Se desnudó por completo para él, hizo una sentadilla encima de su cabeza y se inclinó hacia adelante haciendo un sesenta y nueve. Romeo dio buena cuenta de su culazo a base de lengua y dedos y Oskar se puso las botas con esa pedazo de butifarra que ese gañán tenía entre las piernas.
Jugaron un poco al gato y al ratón y Romeo terminó tumbado en la cama, sin poseer el dominio de su rabo que ahora era propiedad de Oskar, que lo agarraba con fuerza y lo conducía hacia el interior de su ojete. Toda entera, veintiún centímetros de rabo bien puestos, todos en el interior de su ano. Hizo el avioncito y se quedó de lado, saltando con brío, descubriendo los placeres que le daba ese pollón inmenso.
Se tumbó y se abrió de piernas para él. Ya sentía que no pudiera tomar la ducha que tenía prevista, pero el plan de seguir haciendo ejercicio follándose su culo sin condón seguro que le apetecía mucho más que cualquier cosa. Oskar se fijó en su cara sudadade empotrador en la que se dibujaba una expresión de esfuerzo. Le encantó verle tan concentrado en joderle el culo con esa larguísima pija, observando cómo se colaba por el agujero.
Unos buenos escupitajos al hueco solucionaban la parte de la fricción. Romeo empezó a volverse loquito y cada vez penetraba con más ahínco y fuerza desmedidas, haciendo que Oskar sintiera toda la polla en el interior y que los gemidos salieran irremediablemente despedidos or su boca. Oskar empezó a temer el tamaño de ese desmesurado rabo, su ojete se cerró en banda y eso hizo que la polla quedara más apretada y Romeo se comportara como un animal acorralado.
De lado, Romeo le hizo la cucharita al chaval y le dio por culo. Menudo pollón tenía para domarle, bien gordo y grande. Luego le puso a cuatro patas y le infló el culo a pollazos, protegiéndole esas bonitas y redonditas nalgas entre sus muslos. Volvieron donde empezaron, con Oskar saltando sobre su verga, solo que esta vez Oskar ya estaba satisfecho del todo y decidió acabar la parte que le correspondía, pelándose la polla y corriéndose encima. Toda la leche a saco sobre su muslo izquierdo, cayendo a goterones sobre el de Romeo.
Aunque la idea de Romeo era dibujar el lienzo de la carita de ese guaperas con su semen, no llegó a tiempo. La tenía metida dentro de su culo, azotándole el pandero, cuando le vino el gusto. La sacó de su encierro y se corrió encima de su culo y su espalda dejándosela llena de lefazos, mecos blancos, espesos y calentitos. Recogió toda la lefa con la mano, se embadurnó con ella el rabo y se la metió de nuevo por el agujero. Se inclinó hacia adelante, le abrazó por detrás, le besó y le susurró sus gemidos a la oreja, los de una corrida recién hecha. Salir a correr y correrse, dos de sus actividades favoritas por las mañanas.