Carlos Leao le mete a Ricky Ibañez una empalada de verano a pelo en el bosque de la playa | Fucker Mate

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Las mayoría de piscinas del país entero acaban de abrir sus puertas. Quien más, quien menos, si no se ha ido ya, está pensando en organizar sus vacaciones y algunos terminarán en playas tan concurridas que encontrar espacio es una tarea tan complicada como encontrar agarre en el metro en hora punta. Los que realmente vayan buscando la calma y la tranquilidad, en lugar de ir a lo fácil, bajar del hotel y ponerse a pie de playa como el resto de los mortales, buscarán una cala abandonada en la que poder relajarse y, si se tercia, fundirse con la naturaleza del paisaje quedándose en bolas.

Algunas de esas calas se convierten en un paraíso del sexo, pequeños lugares de cruising, poco concurridos, en los que uno no llega y triunfa, sino que espera y encuentra, como una especie de pequeña suerte que te viene a sonreir como a Ricky Ibañez. Carlos Leao es de los que nunca regresa a casa sin haber descargado las pelotas. La naturaleza le dotó con un enorme badajo entre las piernas. Sólo ha de quedarse en pelotas, comenzar a andar y el rabo le va dando bandazos, levantando pollas a su paso y dejando bocas relamiéndose y soñando con meterse dentro ese hermoso cucurucho.

Ni el mejor de los bólidos, el corazón de Ricky pasa de sesenta a doscientos por minuto cuando justo enfrente de él, como si un Dios emergiese de entre las aguas del mar, un tiarrón brasileño y morenito con una larguísima polla que no para de campanear a un lado y a otro, va andando hacia donde está sentado sobre la arena. Sin pedirle permiso, se agacha y le roba un beso. Un tio así de atractivo y bien dotado es lo que tiene, que puede permitirse cualquier cosa y el atrevimiento está en esa lista.

Lo invita al bosquecito cercano, no vaya a ser que aparezca la pasma en pleno acto, que allí no se permite nudismo, aunque lo que andan buscando es sexo. Entre la vegetación Ricky se siente como un muñeco en manos de un gigante. De repente se encuentra con un tiarrón que lo tiene todo enorme y que no para de sobarle el culo, de buscar con sus manos la rajeta del trasero, de sumergir los dedos hacia adentro intentando colar alguno por le lugar más sagrado de su cuerpo.

Se deja, le gusta, se le está poniendo dura y le alegra saber que a Carlos se le está formando un buen bulto en el bañador. Lo siente cerca, como para no sentirlo, la tiene a reventar. Si ya era grande y larga cuando salía de las aguas, empalmada debía ser tremenda. Sabe que después de aquello le va a doler el culo durante días, lo sabe y se la trae floja, le gusta el riesgo. Carlos se baja la goma, saca el pichón y Ricky tarda menos de un segundo en quedarse de rodillas comiendo ese apetitoso rabo como puede, dejándose azotar por ese pedazo de carne inmensa.

Se le parece a una barra de chocolate gigante y cilíndrica. Le ocupa todo el espacio de la boca de lado a lado, apenas tiene hueco para adelantar la lengua, sobre la que siente resbalar una y otra vez el enorme surco de una buena raja de cipote lefador. Eso debe soltar leche a punta pala. Le encanta comerle el rabo y sentirse la puta de un tio así de cachas, apuesto, con buen rabo y buenos cojones.

Le pone la mano encima forzándose a tragar. En comparación con el nabo gordo, su mano es una manita. Necesita cuatro como la suya para cogerla entera e incluso después de ponerlas todas encima, sobraría espacio. Lo mejor es que todavía estaba morcillona, no estaba dura por completo, así que quedaban más centímetros por despertar de esa pitón.

Un claro de rocas entre la vegetación. Ricky se puso como un perro a cuatro patas esperando recibir su merecido. Carlos dobló un poco las rodillas y se la enchufó tan natural como el lugar donde estaban, sin condón ni ataduras. Ricky alucinó cuando la barra comenzó a perforarle el trasero. Parecía no tener fin y cuando ese fin llegaba, unos buenos huevacos le arropaban el culo con un generoso «plas«.

Ricky estaba empezando a asimilar a ese alien en su interior, pero todavía no era del todo persona. Escuchaba detrás de él algún que otro escupitajo y después el choque de las pelotas sobre esa misma saliva. El tio le follaba muy seguro, con un ritmo constante de caderas, con confianza. La de culos que se habría follado el cabrón. Con lo empotrador que era, seguro que estaba en búsqueda y captura por hacer el amor tan bien.

Por primera vez ese cuerpazo se acerca al suyo, las primeras muestras de afecto después de habérsela metido. Espera un beso y se lo lleva, pero después de un buen escupitajo en todo el interior de la boca que le hace rebosar saliva. Ahora comprende por qué su culo está encharcado y traga tan bien esa pedazo de polla. Carlos incrementa una marcha y le machaca el culo. Ha pasado de hacerle el amor a petarle el culo a toda hostia. Tanta barra a tanta velocidad le deja ciego y el cacheteo de huevos se convierte en una retahíla de hostias impresionante. Debe ter el culo rojo, piensa. Y no va desencaminado.

Carlos para y se deja hacer una merendola de las buenas. Ricky no para de chupetearle el rabo y mirar alrededor con ansias. Seguro que por ahí hay tios agazapados haciéndose pajillas, pues que disfruten, que ese tronco es suyo. Menudo mandoble, gigantesco, duro y grande como un roble. Lo deja tumbado boca arriba sobre una roca grande, le separa las piernas y le abre la raja a tope. Le mete otra vez el nardo engrasadito y se lo deja dentro rabiando de gusto mientras Carlos se concentra en dos cosas, en meterla dentro y en no perder el equilibripo entre tantas rocas.

El soniquete del impacto de los huevos se hace con el lugar. Junto con el sonido de las olas, podría vivir así toda la vida. De nuevo Carlos se acerca, ese muchachote no da besos, le encanta cerdear con las babas. Ricky sigue recibiendo con el ojete abierto de par en par. Le planta una mano entre el hombro y el cuello para resistir la embestida y para lo que está a punto de hacerse, un pajote deslechándose encima mientras aún le está follando el culo.

La corrida le sabe a gloria. Con toda la lefa encima, Carlos se lo lleva un poco más hacia el interior del bosque, le obliga a doblar la espalda apoyando las manos sobre un árbol y termina de reventarle el agujero. Ya le ha dicho que se deja hacer lo que sea, así que Carlos se lo toma al pie de la letra, que después de todo pocas veces le han dicho que no a algo. Le arrastra la polla entera dentro y fuera del culo, a toda hostia. Siente el gustillo irrefrenable de la corrida, le saca la chorra y le mete un meado de lefa que le decora el ojete, un par de chorrazos y otra vez para adentro para meter la acabada dentro de su culo, dejando un precioso ojete recubierto de leche. Ricky se la saca con todo el dolor de su corazón, ni que fuese aquello el final del verano, que acaba de comenzar. Mira el pollón todavía duro y brillante recubierto de lefa. Quiere a ese macho para el resto de sus días.

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