Deléitate con el cuerpazo peludo de Eduardo Paez completamente desnudo | The Male Muse

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Entiendo que a los chicos de mi clase, sí, los mismos que dibujan pollas en las paredes de los baños del instituto porque en realidad están obsesionados con medírselas y mirárselas unos a otros mientras mean en los urinarios públicos, les gusten los tios cachas y fornidos puro músculo y casi sin pelo. Entiendo que se la pongan dura auqnue no lo reconozcan, porque a mí también me ponen, pero con mi vecino Eduardo Paez creo que yo me estoy saliendo fuera de la norma.

Se supone que deberían gustarme los chicos de mi edad y de ese estilo, pero es que cuando veo a Eduardo por las mañanas, vigilándole entre las cortinas, cada vez que abre la puerta de la terraza y le veo ahí plantado tomando el aire, fumando, esperando a que pase el tiempo, con sus boxer de rayas blancas y amarillas, con su cuerpazo delgadito pero atlético, las costillas desdibujando sus formas con la prominencia de sus abdominales bien marcados, un montón de pelo bien negro en el pecho, luego una linea bajando por su abdómen y de nuevo, llegando a su ombligo, otra hilera de pelazo que se interna más allá de sus calzones.

Normalmente se mete dentro tras acabarse le cigarro, pero ese día hace algo distinto. Se baja los boxer hasta los tobillos y los lanza dentro con un pie, quedándose en pelotas. Mientras lo hace, no dejo de observar su torso, sus pectorales musculados, sus biceps, la forma de su deseable cuerpo. Y por primera vez le veo la entrepierna y me enamoro perdidamente.

Esa selva de pelazos negros como la noche que tiene en la base del rabo me vuelve loco y enciende mi lado más cerdo. Durante un momento no soy yo, siento cómo la naturaleza me llama, yo me dejo llevar y me veo de rodillas comiéndole la polla, notando el roce de esos pelazos sobre mis labios, por toda mi cara, metiéndose por el interior de mis fosas nasales.

Quiero pasear mis manos por su culito apretado y musculoso, también lleno de pelos, por sus piernas peludas, sobarle sin miramientos, levantarle los brazos y esnifar sus sobacos, sí, lo has adivinado, también peludos. No entiendo cómo los de mi clase pueden preferir a chicos imberbes y de cuerpos suaves cuando hay tios así por los que uno haría cualquier cosa.

He escuchado que a veces el bosque frondoso no permite ver los árboles, pero el tronco de Eduardo es bien visible. Hasta ahora lo tenía recogido en una mano, pero cuando lo deja libre sonrío como un puto cachondo al ver su rabo largo, gordito y morenote. Me la estoy cascando. Por él. Mi aliento es cada vez más agitado, mueve las cortinas y Eduardo parece darse cuenta, mira hacia mi ventana y afina la vista, se apoya en el marco de la puerta de la terraza, le veo las axilas y suelto un gemido que me lleva a la perdición.


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