El atractivo Jason Pierce, JP para los amigos, se casca un pajote a solas mostrando su larguísimo y enorme pijote | Sean Cody

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Por allá por donde pasa, Jason Pierce, más conocido por sus colegas como JP, lleva la buena onda. Y no sólo la de su carismática y enamoradiza sonrisa, o la de sus ojazos claros de mirada penetrante y vivaracha, o la de su torso atlético. Hay otro tipo de ondas que le encanta surcar, que son las que han construído ese cuerpazo día a día y que están en las playas, porque JP es surfero y le gusta montar las olas.

Confiesa ser muy abierto y sociable y lo que se ve de él es lo que hay, tanto personal como físicamente. No hay más que verlo. Muestra abiertamente su cuerpo, hace posturitas con los brazos marcando biceps pero no sabe que muchos chicos se fijan en esa morbosa zona de sus sobacos peluditos en unos brazos fuertes. Ahora quiere compartir algo que no ha hecho nunca. Ese momento a solas en su habitación, cuando nadie le ve.

Son muchos los que desearían ver a este surfero guaperas desnudo, pero pocos los elegidos para hacerlo. La bajada del bañador no defrauda y supera todas las espectativas al ver cómo sale rebotando esa chota larguísima, jodidamente larga y gruesa entre sus piernas, que recuerda a la de JJ Knight por su enorme tamaño y por esa forma de colgar con el tercio superior algo torcido.

Y eso que está morcillona. A medida que se la pela con la diestra, eso va creciendo y tomando una forma descomunal. El palo se pone duro, más largo y tieso que antes. El cipote empieza a ganar terreno y se convierte en un cabezón revienta ojetes, perfecto para abrir el camino a esa pirula en ojetes estrechos y mulliditos.

Donde antes había un chico afable de bonita sonrisa, ahora hay todo un cachondo mental divirténdose con su polla, sabiendo jugar. Cuando le falta lubricante se echa un gapo encima. A él también le gusta ver que la tiene tan larga. La deja colgando, suelta, le mete un hostiazo con la palma de la mano que resuena por toda la habitación y el pollón se le queda meciéndose de lado a lado como el badajo de una campana.

Se da toquecitos en la palma abierta de la mano, escuchando la intensidad del sonido del pedazo de polla que tiene. Un príncipe que apetece tener encima, uno muy salido. Esa cara guapa que tiene está para comérsela a besos. Boca entreabierta con unos labios preciosos, nariz majestuosa, ojazos, cejas que remarcan los ángulos de su rostro, ese pelazo repeinadito, la cadenita al cuello, desnudo por completo, abandonado al placr de machacarse la polla.

Tumbado, se la pela a dos manos. Aprieta fuerte, cierra los ojos imaginando que hay un buen culazo encima y lo empotra. Cuando siente el gusto que llega recorriéndole todo el curpo, se incorpora un poco mirando hacia su rabo, apunta hacia su torso descubierto y tras una lucha interior en la que no para de meneársela hasta el final y exhala gemidos involuntarios cargados de puro placer, las pelotas se le arrugan, ocupan su lugar a cada lado de la base del pene, las virutas de leche afloran por fin por la punta de la polla mojando los alrededores de su ombligo.

Se relaja disfrutando de ese momento de placer. Cierra los ojos, calma su respiración agitada, su vientre se infla con cada respiración, con la lefa encima, la polla empieza a desinflarse, intentando regresar a su tamaño inicial que ya era enorme, cayendo hacia un lado, todavía temblando. Seguro que a más de uno de los que se le quedan mirando en la playa, le encantaría relamerle todo el percal y tragárselo. Y más de uno hubira deseado tener el semen de este príncipe preñándole por dentro.

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