Ese era un juego que sólo se podía hacer entre hombres. La lucha de sables era un clásico entre los clásicos entre los caballeros. Solía practicarse con las lanzas en alto, aprovechando su firmeza, pero Thiago Da Silva y Alberth Pineda también practicaban este noble arte con la guardia baja, o casi baja, porque nada más verse, con lo mucho que se gustaban, se les pusieron las pijas morcillonas.
Primero se besaron, luego se acercaron el uno al otro rozando sus penes colgando entre sus piernas, todavía blanditos pero endureciéndose. Era una puta delicia insana. Cuando una polla empujaba, la otra cedía rozando un muslo ahora, después el otro. Sentir el sexo de otro hombre junto al tuyo era todo un placer. Thiago miró fijamente a Alberth a los ojos y lo tuvo claro. Se arrodilló y comenzó a mamársela.
Era larga, muy larga, nada menos que veintiún centímetros de amor introduciéndose por el interior de su boca. Era de esos rabos que engañaban una vez los chupabas y es que entraba tan fácilmente que uno creía que podía llegar a tragársela entera sin esfuerzo. Alberth también creía en ello y le encantaba culear follando boca, viendo su pito cada vez más mojado, su cipote entrando cada vez más adentro. Craso error. La tenía tan larga y grande que Thiago la apretó bien entre sus labios controlando hasta dónde le entraba.
Y así fue durante apenas unos segundos, porque después de seguir viendo cómo crecía dentro de su boca, cómo se le marcaba la vena y lo deliciosamente dura y bonita que la tenía, abrió la boca, dejando resbalar sus labios por encima de la tranca y posó el superior en la base del rabo y el inferior en sus pelotas. Toda dentro de su garganta, apretadísima.
Al sacarla de su boca, estaba llena de babas, reluciente, más dura y larga que nunca. Donde hubo una, hubo dos. Thiago se lanzó al vacío y se la volvió a tragar entera, esta vez jalándosela con esmero, con rabia, restregando su nariz contra el estómago de Alberth con toda su porra dentro. El tercer intento fue mejor todavía, porque se la dejó dentro y animó a Alberth a follarle la garganta.
Un mamón así merecía un gag the fag. Thiago se sentó en el suelo mirando hacia arriba, con los codos apoyados por encima de las caderas. Alberth, de pie con la cabeza de Thiago entre sus piernas, hizo una sentadilla e inclinó la polla hacia abajo hasta introducirla por su boca y la perforó con su enorme pene dándole de comer. Posó una mano en la parte delantera de su cuello, vigilando cómo se le desplazaba hacia arriba y hacia abajo la nuez, hasta dónde le estaba metiendo el rabo.
Con esas vistas desde abajo, a Thiago se le abrió todavía más el apetito. Tenía a tiro el culete, las bolas y el pollón de ese chaval, todo puro deseo. Qué buena mamadita. Alberth estaba embelesado mirando cómo su pene entraba y salía por esa boquita. De vez en cuando se la sacaba y le arreaba en todos los morros aprovechando lo larga y dura que la tenía. Otras, cuando le sobrevenía una oleada de gusto deseando dejar escapar toda la leche, cerraba los ojos y respiraba hondo. Necesitaba conservar la cordura si quería llegar a follárselo.
Por primera vez desde que empezaron a intimar, se inclinó, le cogió la carita y le besó, probando el sabor de su propio rabo. Se sentó en el suelo. Su pollón larguísimo rebotando entre sus piernas, tan largo que con el cipote golpeaba la tarima. Thiago se había puesto de pie, con las piernas separadas para que Alberth le comiera el culito. Miró esa verga enorme con sus babas encima, cilimbreando al viento y no le hizo falta más para tener el ojete receptivo como él solo.
Besitos en los cachetes, la lengua entrando por el agujero, la mano dando zambomba a la polla agarrándola por la parte delantera. Alberth colmó a Thiago de placeres increíbles. Se levantó e igual que había entrado por la boca, la polla entró como la seda por el interior de su culo, toda entera y sin condón. En mitad del pasillo, Thiago atrapado entre la espada que era ese culazo bombeador y la pared que tenía a su espalda.
Le dio por culo con suficiente margen de maniobra. Que le entrada como la seda no quería decir que no le quedara bien apretada. Como un guante, dentro de ese agujero que ahora era todo suyo. Alberth se inclinó, se abrazó fuerte a Thiago y le dio amor empalmando un pollazo tras otro sin descanso, dejando que el plas plas del cacheo de sus caderas contra las nalgas y el roce de su pene y las pelotas contra su culo impregnasen todo el pasillo con su sonido.
Se gustaban tanto que ni tiempo habían tenido de ir a la habitación. Las escaleras del pasillo de entrada fueron su siguiente escenario. Alberth tomó asiento y Thiago hizo lo propio sobre sus piernas, dándole la espalda, ensartándose en su durísima y larga pija. Saltó sobre ella y la pajeó duro. Se hizo a un lado para poder mirar a Alberth, para que él pudiera también disfrutar de los movimientos de su polla que se dejó suelta haciendo molinillos al viento, toda larga.
Qué tiesa, qué dura, qué jodidamente larga. Thiago podía sentir esa erección entre las paredes de su ano e incrementó el bombeo. La incomodidad de la dura y fría piedra de las escaleras no fue problema para ellos, porque cuando uno estaba en plena faena, daba igual el lugar y el momento. A pesar de eso, se fueron al calor de la camita y siguieron explorando esa postura.
A Thiago parecía molarle eso de pajear la polla de un tio con su culo, llevarle hasta el límite. Se dio media vuelta y siguió haciendo lo mismo, pero esta vez con el más difícil todavía, mirándose cara a cara. No era igual hacerlo por detrás que mirándose fijamente, sintiendo el aliento del otro, su mirada, su cara giapa cargada de vicio. Era tal la intimidad que se respiraba en ese momento que por un momento uno imploraba a su Dios quedarse atrapado dentro de ella.
De seguir así, iban a acabar en ese momento, así que Thiago gateó hasta un lado de la cama poniéndose a cuatro patas, abriendo las piernas, con su precioso culazo redondito y suave al borde para que Thiago llegara por detrás y se la metiera. Después de frotar su pene dentro del agujero, de nuevo Alberth se inclinó y le tuvo comiéndole la oreja. Thiago giró la cabeza y le besó, encantado con que un tio tan guapo, dotado y buenorro le estuviera dando lo suyo.
Thiago se puso cómodo para el acto final. Tumbado bocarriba, sobre el calor de la manta blandita y suave, levantó las piernas, abrió el culete y, mientras Alberth se lo follaba, se hizo una paja y se corrió encima, dejándose un buen charco de lefa en el ombligo. Se exprimió la polla hasta sacarse la última gota. Su cuerpo temblando todavía de gusto.
Alberth se dirigió hacia la cabecera y se sentó sobre sus talones, pajeándose duro con una mano y con la otra acariciando el pelito y la cara guapa de Thiago. Le hizo chupársela, se la levantó para que le comiera los huevos. De nuevo sintió esa puta oleada de placer y esta vez no la frenó. Apuntó con el rabo hacia la carita y se le escapó un chorrazo largo, eterno y espesito bien cargado dibujando de blanco los morritos, la barbilla y la mejilla de ese cabrón, salpicando sus mofletes, su cuello y sus pectorales. Thiago se la comió saboreando toda esa leche. Alberth recogió con la punta del rabo y con los dedos el lechazo que le había dejado alrededor de los labios y se lo metió dentro de la boca. Se inclinó y se dieron un besito con lengua, resbaladizo, con lechecita bien rica.
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@ fotos por Oscar Mishima