El chaval le pareció de una hermosura inconmensurable. Tyler Tanner era tímido. Tucker podía verlo en sus ojos, que de vez en cuando lo miraban con la cabeza agachada, unos ojos preciosos y penetrantes. El chico sabía para lo que estaba allí, porque se lo habían contado los compañeros que ya habían pasado por lo mismo. Cuando Tanner se quitó los pantalones y Tucker vio que tenía la tienda de campaña levantada, supo que el zagal se moría porque otro tio se la meneara.
Tenía delante a un experto que le iba a sacar la leche como nadie, que le iba a llevar hasta el borde de la realidad. Desnudo Tyler ganaba incluso más, con ese cuerpazo atlético que se le había formado jugando al rugby. En su cuerpo incipiente del paso de la adolescencia a adulto, ya se marcaban unos buenos pectorales. Tucker se puso detrás de él y empezó a acariciar su cuerpo para entrar en calor.
Podía escuchar el sonido de los gemidos apagados del chico, cómo se dejaba llevar. Tucker se fijó en la forma de su enorme polla debajo de los gayumbos blancos, todavía firme. Les ponían ropa blanca y semi transparente para que el morbo no se fuera de sus putas cabezas, recordándoles que eran mortales y que era fácil sucumbir al deseo. Tyler era puro deseo y Tucker no dudaba de que después de su iniciación otros chicos se aprovecharían de él si se dejaba.
Para Tucker era todo un placer inicial a chicos así de guapos, com si se hubiera colado en los vestuarios y hubiera cogido a uno de ellos para ayudarle a masturbarse, pasear sus manos por esos cuerpos masculinos y deseables, descubrir esos puntos más sensibles que les hacían retorcerse de placer. El de Tyler eran los pezones de las tetillas, se le volvió loco en el asiento, pero ya tenía las manos atadas por detrás y se resistía sin poder ponerle remedio. Le levantó la camiseta y lo gozó.
Le coló unos deditos por el lateral de los calzones por donde se la sacaba para mear. Le rozó el pene erecto y el chaval se puso más cariñoso que nunca, gimiendo en alto, retorciéndose, mirándole a los ojos. No solía hacerlo, pero Tucker sintió la necesidad de besarle en la boca y así lo hizo. Echándole el aliento, probando sus labios dulce y lentamente, impregnándose de su juventud. Divino tesoro.
Se sentó en la silla delante de él y le quitó los calzones. Menudo pollón tenía el colega y encima con los huevos ahí colgando, bien grandes. Con la mano le palpó suavemente desde la rodillas hasta el muslo por le interior, fijándose en cómo le cilimbreaba el rabo entre las piernas. Le cogió la polla con el puño y la acarició suavemente. Sí, Tyler tenía unos conjonazos, de esos que le colgaban cubriendo la raja del culo. Tucker se los levantó con la yema de los dedos e internó un dedito por la raja de su virgen culito.
Se le evantaron un poquito las piernas. Intentaba resistirse al placer. Tucker se recreó con sus pelotas. Las acarició, las sopesó con sus manos. Las notaba pesaditas, en un punto en el que ya tenían que estar bien cargadas de leche. Lo que estaba a punto de hacer no lo había hecho antes con otro chico. Se inclinó, le fue besando la pierna hasta llegar a su zona erógena, hasta que tuvo ese falo enorme delante de la cara.
Rebozó la cara por encima de la polla, sintiendo su dureza y su calor en la frente, en las narices, en las cejas. Tyler no podía más. Juntó las piernas intentando contener la corrida. Tucker le miró y sonrió. Le tenía a punto de nieve. Sacó la punta de la lengua y le rozó con ella el cipote. La polla cilimbreó toda dura y el chaval se estremeció. Tucker se la metió por la boca y acopló sus labios a ese enorme pollón.
Le dejó descansar un rato. Le levantó las piernas y volvió a jugar con sus partes, levantando los cojones con sus dedos y siendo travieso con la raja de su culo. Cómo le gustaba ver a tiarrones de su calaña así, disfrutando de los placeres de la puerta de atrás, gimiendo como putitas en celo cuando los dedos acriciaban la entrada de su agujero.
Sabía que chavales como él estaban acostumbrados a machacársela duro y fuerte, pero no a disfrutar de una buena paja a fuego lento, con caricias, llevándola al límite, haciendo rebosar los huevos de semen. Después de pajeársela con varias técnicas, le echó lubricante en la polla y no paró. El record debía estar en un par de minutos. Los chicos solían correrse antes an escuchar el soniquete de la mano friccionando contra la polla lubricada, muchas veces menos si les daba por mirar hacia abajo viendo la mano que se las machacaba.
Tyler le aguantó el doble, cuatro minutazos resistiéndose a su naturaleza. Tucker tuvo que pajeársela bien duro porque vio en él a todo un campeón. Se la peló a toda hostia hasta que el chaval empezó a retorcerse, a gemir cada vez más rápido. Entonces un flujo de leche salió de su polla y le bañó de esperma todo el puño. Un gustazo hacerle un pajote a un yogurín tan guapo y dotado.
Gimió como un principiante, cerrando las piernas mientras se dejaba la corrida encima. Con la cara ya relajada, miró a Tucker exhalando un profundo suspiro cargado de amor y de vicio, agradeciendo esa mano que le había echado. Tucker la retiró y se quedó mirando esa polla ahora engrasada en su propia leche, todavía dura y tiesa. Tyler volvió a mirarle a los ojos. Ahora los tenía distintos, brillantes, complacientes. Qué guapo era. Le agarró los huevos con la mano. No acostumbraba a ver a chicos con los cojones tan colgando y eso tenía que aprovecharlo. Se levantó y le besó en la boca.