El jovencito Ross se come un buen rabaco con toda su leche y se deja follar a pelo | Latin Leche

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Qué morbazo le daba al cazador llevarse a los chicos al almacén, al sucio almacén, lleno de colillas y trastos, todo patas arriba. Le ponía cachondo porque en cuanto los chavales cruzaban la puerta y se encontraban a salvo de las miradas, se volvían unos auténticos cerdos. Ross tardó poco en pedirle si le podía sacar la chorra y de seguro el chico alucinó al sacar la morcilla del cámara. Pocas veces había visto una tan grande, gorda y pesada.

Se suponía que sólo iba a enseñarle el lugar para quedar el sábado por la tarde y grabar algo chulo, pero una cosa llevó a la otra y Ross acabó de rodillas en el sucio suelo metiéndose por la boca una polla venosa que apenas le cabía. El cabrón era bien guapete y desde luego el perfil que tenía comiendo rabo era espectacular. La barbita de un par de días perfilando su cara por las patillas y la mandíbula, cejas voluminosas, el gusto que le ponía chupando rabo, como si se acabara de meter en la boca un pedazo de carne exquisita y lo estuviera intentando digerir entero.

Puesto que el sábado seguramente llamara a algún amigo para follarse al chaval, el cámara estaba tan excitado que decidió llevárselo al baño para probarlo él primero. Le dijo que se la chupara bien bien para después metérsela y se aseguró de que comprendía lo que quería. Vamos, que después de que le mamara bien los bajos se la iba a meter sin condón. El chico pareció comprenderlo.

Tras la mamada, de espaldas mirando hacia la pared, manos en los azulejos, piernas semiabiertas y el cazador le metió toda la polla. Le dio duro, machacando esas nalgas con sus caderas. El sonido que ofrecía el baño para eso era soberbio. A Ross comenzaron a flojearle las piernas, poseído por esa polla gorda. Dobló las rodillas y el culete se le fue hacia atrás, algo que al cámara le vino de perlas para poder perforarle con la tranca hasta los huevos.

Lo sacó del baño y volvieron al rellano del almacén. Era muy morboso follarse a un chaval que te ofrecía su culo, con los pantalones y los calzones por debajo de las rodillas, haciéndose un hueco entre tanta basura, como si acabaran de encontrarse por la calle, hubieran buscado un callejón y se hubieran puesto a fornicar como perros.

Cuando el rabo metía demasiada fricción por el ano, Ross se daba la vuelta, se agachaba y se la volvía a recubrir con su saliva, preparado para una nueva empotrada. En una de esas, ya se quedó de rodillas esperando la leche. El cazador comenzó a masturbarse rápidamente, casi convulsionando, excitado por la forma en que ese guapetón le comía las bolas.

Se dio cuenta de que algo grande se venía cuando chupando las pelotas vio que se subían hacia arriba. El cámara inclinó la polla hacia adeñante, plantando el cipote en sus labios. La leche salió brotando, dejándoselos llenos de grumos blancos, con hileras de lefa colgando de su barbilla. Ross se la metió en la boca y se comió todo lo que pillaba por delante. Después dejó caer la chistorra, ahí colgando como una banana de las grandes, toda corrida. El cámara y sus colegas ya tenían un nuevo compinche para sacarles la leche de los huevos.

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