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Bo Sinn se hace una paja en el garaje y explora su ojete con los dedos | MEN

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Un tio tenía derecho a disfrutar del placer de su cuerpo a solas aunque tuviera pareja. El lugar preferido para Bo Sinn era el garaje. Era como su guarida, el sitio a donde sólo él bajaba, aparte de su compi de casa. Allí no había nada que otros quisieran ver. Piezas viejas o de repuesto, todo sucio y desordenado. Bo había colocado allí un sofá para ponerse cómodo y hacerse pajas.

Su compañero, al que le tiraban las pollas, se había dejado un juguetito conectado al enchufe. Bo estaba aprendiendo mucho de él, aparte de lo mucho que podía disfrutar follándose tanto a tias como a tios, de la exploración de su propio cuerpo. Al ver ese aparato, un vibrador con bastante potencia que agarró con bastante seguridad, acostumbrado al tamaño de su verga, se acordó del consejo de su compi acerca del placer de meterse algo por el culo.

Pero eso no cabía por el culo, debía tener otro propósito. Se lo pasó por el paquete y enseguida comprendió su uso. Servía para excitar el rabo. Era como recbir una paja intensiva. La chorra se le puso durísima, tanto que se la tuvo que sacar por un lateral de los calzones. El enorme pito larguísimo y gordo cayó hacia un lado y hacia abajo por expreso deseo de la gravedad.

Se dio un poco más de gusto con el aparato y después se agarró la polla para hacerse una paja clásica. Le encantaba mirarse la verga. Casi siempre acostumbraba a mirarla cuando penetraba un agujero, que no le faltaban, así que pocas veces la sostenía entre sus manos. Era grandísima y se sentía ciertamente orgulloso de pertecer al club de los más pollones.

Siguió los consejos de su colega. Alguna tia ya le había comido el ojete antes y la verdad es que le dio gustito. Se puso de rodillas en el sofá, mirando hacia el respaldo, cogió de nuevo el aparato y colocó la parte vibradora justo en el agujero del culo. Vaya que sí que daba gustito. Ahora podía ampliar sus miras y su mente, comprender por qué otros tios se abrían de piernas en cuanto tenían delante a un empotrador como él.

Sin olvidar su gigantesca polla, a la que le dio unos buenos meneos, soltó el aparato y se dedicó a dedearse el ojal. Era un gustito con el que parecía que no podía terminar nunca. Cuanto más placer se daba, más quería. Casi había terminado sentado sobre sus talones, porque tanto placer había terminado por hacerle flojear las piernas. Casi estaba sentado sobre sus pelotas, que se desplazaban a un lado y a otro por el peso de su culo y tenía la polla enorme retozando lujuriosa por el borde del cojín.

Descubrió una botella de aceite para piezas mecánicas, cogió un poco entre los dedos y se aventuró a meter los dedos un poco más allá. Se había tumbado de lado en el sofá. Estaba en posición fetal, con las piernas ligeramente separadas, metiendo una mano entre ellas para masturbarse la polla y la otra por detrás hurgando en su recién descubierto hueco.

Cambió de postura para sentirse follado. Rodilla derecha en el asiento, pie izquierdo en el otro asiento. Una mano meneando el rabo y la otra dedeando duro. Se tumbó para culminar la paja. Miró a un lado y a otro. No le gustaba ser interrumpido en el momento álgido. Estiró las piernas, las volvió a encoger, gruñó de gusto al sentir que algo rico se le venía encima, levantó el culete dando una estocada y empezó a correrse encima.

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