Pero qué insaciable sexual que se ha vuelto el Hermano Massimo en el Vaticano desde que se hizo una pajilla en su habitación, se ve que además de darle gusto, al ver las reacciones de los chavalillos cuando se saca el rabo y lo bien que se la han comido todos frotándola con manos, bocas y en el interior de los culos, le ha puesto tan cachondo que ahora no puede parar el cabrón (uy perdóneme usted por la palabrota, Monseñor, si quiere se la como un rato con gusto).

Los feligreses parece que ese día no han acudido, así que no le queda más remedio que buscar otra boquita que saciar y lo que más a mano tiene es a la guardia suiza que custodia el recinto. Y el hermano no se va a conformar con cualquier muchacho, sino con el capitán de todos esos tiarrones fuertotes que lo protegen, nadie mejor que él para agarrar su vara, el Capitán Penetrati.

Cuando se la saca por la sotana, parece como si hubiera agarrado pollas de esas todos los días, porque el puto cabronazo la coge y la zarandea con la mano como una bestia hasta el punto de casi sacarle la leche de los cojones. Por suerte para de meneársela justo a tiempo y bien dura para encorvarle sobre la mesa, abrirle el culo y enchufársela metiéndole todo el palo por el culo. También tiene la oportunidad de probar toda esa armadura, cada músculo y la morena y suave polla que aguarda entre sus piernas, antes de dejar caer su lluvia de lefa bendiciendo sus servicios.

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