El tímido chaval que entró por la puerta, fue ganando confianza nada más quitarse la camiseta. Estaba claro que Dante Jones tenía un torso espectacular, musculadito y definido del que se sentía bien orgulloso. Miró hacia abajo, se rozó los pactorales con la palma de la mano y comenzó a hacerme poses de culturista, elevando los brazos hacia los lados y enseñándome sus grandes y duros bíceps.
Creo que el momento en que me enamoré de su carita fue cuando se apoyó en el borde de la puerta, sobre los ladrillos. Su mirada penetrante bajo unas cejas pobladas, su nariz ancha, sus labios, ese brazo apoyado por el codo que me permitía verle el sobaco peludete, la aureola de sus pezones poniendo la guinda a sus firmes pectorales. Menudo regalito.
Sin poder esperar ver más de él, me lo llevé adentro y le dije que se desnudara. Llevaba unos calzones negros de marca y a pesar de ese color, pude ver lo bien que se le marcaba el rabo en la huevera. Casi podía verlo, largo y gordito, así que para mí no fue una sorpresa cuando por fin se quitó los gayumbos sobre la cama y pude ver su minga colgando sobre sus huevos.
No tardó en enderezársela y dejarme descubrir de nuevo lo mucho que podía llegar a crecer una polla. La soltó de su mano y la dejó caer. La tenía ligeramente torcida hacia la derecha, con una vena enorme recorriendo su pene de la base a la punta, tan apetitosa que a punto estuve de olvidarme de mi oficio como fotógrafo para convertirme en un perro mamón atragantándome de gusto con ese rabo. Dante se hizo una paja para mí sobre la cama. Se soltó encima un tiro tan largo y cargado que hasta él mismo se sorprendió al mirar hasta dónde había llegado, observando todo el semen sobre su cuerpo y riéndose por haber cometido esa travesura.
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