Dos generaciones unidas, con las pelotas cargadas de amor. El jovencito Reno Gold no se achantaba ante el musculoso cuerpazo de Manuel Skye, tampoco ante el tamaño de su desmesurada polla. Manuel por su parte estaba encantado con ese chavalito que se dejaba querer, con su increíble sonrisa, con la larguísima pirula que se le meneaba entre las piernas.
Pudo sentirla bien caliente y dura contra su torso cuando le cogió para levantarle en la piscina. Aprovechó para abrirle las nalgas, para dedearle un poquito ese culito apretado, suave y delicioso que se moría por penetrar. Estaban frente a frente. Por fuera del agua nadie podía saber qué estaba ocurriendo, pero por debajo ellos lo sabían bien.
Estaban empalmadísimos. Manuel tenía las dos pollas cogidas con su mano grande y las masturbaba juntas, deslizando la suya por encima de la de Reno. El chaval no dejaba de impresionarse por el tamaño de esa cigala y miraba una y otra vez hacia abajo para observar los movimientos bajo el agua. Se dio la vuelta y fue su perdición.
Sintió el calor de ese macho protegiéndole por detrás, susurrándole guarradas al oído. Notó el cipote de la gruesa polla paseándose por su virginal ojete. «Déjame follarte«, le decía una y otra vez entre gemidos entrecortados. No era el momento. Se lo llevó hacia el borde de la piscina y le invitó a jugar a ver quién se corría antes debajo del agua. Doblaron las rodillas y se abandonaron al juego de la paja. Perfume de semen, fumata blanca impregnando el agua, lefa escapando de cada una de esas largas y enormes pijas, buscando el camino hacia la superficie.
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