En la oficina, entre Kane Fox y Hazel Hoffman jugaban siempre a un juego y es que, si justo cuando miraban la hora en el monitor o en el teléfono, eran las 11:11, el primero que lo veía decía «son las once y once, pide un deseo«. Solían pensar en cosas banales tales como salir antes de hora, tener una paga extra, un ascenso, pero ese día Hazel se quedó mirando a Kane y al ver su cara guapa lo primero en lo que pensó fue en follar con él. Por supuesto eso jamás sucedería, excepto en sus sueños.
Ese día el sueño venció a Hazel, que se quedó dormido encima de la mesa. En su mundo onírico imaginó que se cumplían todos sus deseos. ¿Un montón de donuts de todos los sabores? Ahí los tenía en el despacho, de diferentes tipos de chocolate y sabores. ¿Que el cajero le devolviera más dinero del solicitado? Toma billetes. ¿Un coche nuevo de los caros y lujosos? Esperando a la puerta del trabajo.
¿A Kane en calzones? Fuera traje y corbata y justo a su lado. Así dejaría de darle vueltas al tamaño de su minga cuando descubriera qué se ocultaba bajo ese abultado y apretado paquete en el frontal de sus pantalones de pinzas. Tras unos arrumacos y besos, las manos de Hazel fueron al pan. Según bajó la goma de los gayumbos, se encontró con un paraíso negro de pelos, negrísimo y profundo. Pero para su suerte, la maleza no impedía ver el árbol, que estaba ahí colgando largo, muy largo.
Se la sostuvo morcillona con los nudillos de los dedos y se la merendó hasta las pelotas. No le importó que los pelos se le metieran por los orificios nasales ni tener un bigote que nunca tuvo. Se quedó un buen rato con ella dentro, succionándola. Cuando la sacó de entre sus labios, Kane ya la tenía super dura, con el cipote descapullado y todo el rabo mojado de saliva.
Al chavalote le gustaba chupar, pero mucho más convertirse en un perrete al que le dijeran cómo tenía que hacerlo. Le encantó que Kane le fostiara la lengua a pollazos, que luego se la pajeara, le plantara la mano por detrás de la cabeza y la atrayera hacia su entrepierna obligándolo a comerle las pelotas. Hazel se había llevado una grata sorpresa, pero la de Kane no iba a ser para menos.
Se le ocurrió tirar de los calzones hacia abajo y lo que vio le dejó boquiabierto. Al lado de ese mazo, su polla se quedaba pequeña. Hazel la tenía larguísima y enorme, casi el doble que la suya de gorda y el hecho de que la tuviera de un tono de piel similar al de su cuerpo, le daba un aire más de pollón todavía. Puso su rabo encima del de Hazel y se dio cuenta de que las comparaciones eran odiosas. Ese tio se merecía una buena mamada.
Se agachó, le metió un buen pajeo inicial deleitándose con el movimiento de sus grandes pelotas, escupió encima porque iba a necesitar de mucha ayuda y se le llevó a la boca. La hostia puta, si ya parecía grande al tenerla delante, eso de tener el cilindro obligándole a abrir boca más de la cuenta, le pareció sublime. Nunca había visto una igual.
Incluso plantanlo la mano cerca de la base con holgura, cabían otras dos manos como la suya. Le devolvió con creces la mamada y también la comida de huevos, solo que los de Hazel colgaban tanto y eran tan grandes que la comilona fue de lo más morbosa. Con la nariz y los mofletes colorados, Kane se tomó su tiempo mirando toda esa dote. Le dio un palmotazo al rabo para ver cómo se mecía ante sus ojos, con esos huevazos bailando al compás, una maravilla.
Quizá otro día, pero ese no. Le dio una palmada en el culete para que se diera la vuelta y ese chaval volvió a sorprenderle. Se había maravillado tanto con su rabo que había pasado por alto su hermoso culazo, redondito, suave, blanco, como a él le gustaban. El chaval se le ofreció subiendo una pierna a la mesa, entonces Kane vio la raja abierta y lo penetró sin condón.
Adoró cada momento y cada segundo en que su polla se deslizaba apretada dentro del ano, observando con atención cómo entraba y salía se ese rico culito. Sabía lo que iba a ocurrir si tomaba asiento y le dejaba cabalgar y no se equivocó. Hazel dejó su polla libre al viento y esa hizo molinillos en círculo, rozando el muslo de Kane con el rabo y las bolas.
Lo puso bocarriba abierto de piernas y se lo folló a pelo, gozando del cuerpazo de ese jovenzuelo curioso, atractivo, cachas, con ojazs azules, bien pollón. Lo remató a cuatro patas y Hazel se sacó la leche él solito con el rabo duro entre las piernas, como un ganadero lo haría ordeñando las ubres de su mejor vaca. Kane sacó la polla a tiempo para soltarle matraca, toda la leche encima del culo. Hazel se giró rápidamente antes de que cayera la última gota, se agachó, se la relamió con la lengua y acot seguido se metió la pirula dentro de la boca, toda entera.