Tras varias relaciones sentimentales, Heath Halo se había dado cuenta de lo realmente complicado que era congeniar con los hijos de sus nuevas novias. La mayoría, ya con pelos en los huevos, o pasaban de su gepeto o no le aceptaban, así que al final pensó que era algo natural que le ocurría a todos los hombres que intentaban subirse al vagón de una familia que ya iba en marcha. Fue así hasta que con Rob Quin pensó en cambiar el rumbo de la historia.
El chaval estaba en edad de merecer, era alto y bien apuesto. Ya le había contado a su madre que le tiraba más la carne que el pescado y Heath estaba seguro que esos labios se habían comido unas buenas pollas, que ese culito que veía en el espejo cada mañana en la ducha mientras él se afeitaba, si algo pasaba no era precisamente hambre. Y también estaba seguro de que, como al noventa y nueve por ciento de los chicos de su edad, le volvían locos los daddies jovencitos como él.
Urdió un plan para follárselo ahora que mamá no estaba en casa y había salido unos días por trabajo. Los dos eran hombres y, aunque en un futuro formarían una familia, no tenían que rendirse cuentas puesto que no eran familia de sangre, sino dos tios que la vida había puesto a uno en el camino del otro por casualidad, como el que va a unos glory hole y empieza a comer pollas allá por donde salen.
Esa noche Rob había quedado con un chico. Le escuchó quedar por teléfono, invitándole a la cena y un vinito. Heath aprovechó que Rob entró en la ducha para cogerle el teléfono y llamar al amiguito. Por supuesto se metió de lleno en el papel de padre preocupado al contarle que su hijastro se había puesto enfermo y que se cancelaba la cita.
De aquel plan, lo único que hizo sentir mal a Heath fue ver a Rob sentado a la mesa, esperando a alguien que nunca llegaría. Un par de horas duras que se pasó sentado en el sofá esperando el gran momento, ese en el que Rob, compungido y apenado, se sentó al lado de papá a contarle lo que había pasado. Y así fue como Heath se puso de nuevo en modo padre, consolando a su nuevo hijo de una forma poco habitual.
A ver, ¿qué pensaba hacer con ese nuevo noviete esa noche? ¿Buscarle la boquita y besarle con lengua? Pues ya estaba él ahí para hacerlo. Cogió a Rob poniéndole una mano en el cuello, la otra en la barbilla suavemente, conduciendo su mirada hacia la suya. Invadió su espacio persoanl, lo cruzó y se metió dentro de su boca con la lengua. Le relamió todo por dentro y se flipó con esos labios jugosos y apetecibles.
Qué más iba a hacer con ese chico, ¿eh? ¿Desnudarse? Heath se quitó la camiseta y Rob enseguida cayó en sus redes al ver su torso. Lo que Heath ya sabía. Los chicos jovencitos como él caen como moscas ante un daddy chulazo imponente. Además a papi se le estaba poniendo bien dura, como le habría pasado a ese chico con el que iba a quedar si él no hubiera intervenido.
La cara de Rob iba bajando de su cuello a sus pectorales, de sus pectorales hasta el ombligo. Ese camino sólo tenía un destino, su polla bien dura. Al sentir los labios de Rob arropando su pito erecto, Heath expresó una sonrisa de agradecimiento y gratitud. Se bajó los pantalones hasta los tobillos y dobló las rodillas arqueando las piernas. Estaba totalmente desnudo en una esquina del sofá, dejándose comer la polla, descubriendo que Rob era todo un tragoncete capaz de meterse su pirula hasta el fondo de la garganta besándole los huevetes.
Al descubrir su habilidad, Heath la puso a prueba. Le cogió del cogote con las dos manos y presionó hacia abajo, hacia su entrepierna. Se la enfiló enterita hasta atragantarle y sacarle una buena arcada. Seguro que su coleguita le habría hecho lo que él le iba a hacer ahora. Abrirle de piernas, presionar sus muslos con las dos manos para abrirle la raja a tope y colar los morros dentro, sacar la lengua y acicialarle el ojete para preparárselo.
Desnudito, Rob vino hacia él, se sentó sobre sus piernas y se clavó la polla sin condón dentro del culo. El cuerpo venciéndose encima de su torso, Rob girando la cabeza para buscar amor del bueno. Los besitos de papi, que le iban a proteger y poner a salvo. Así, qué rico, cuando mamá no estuviera en casa le iba a cocinar así de caliente para que no pasara hambre.
Qué vicioso, cómo saltaba, con la polla bien ajustada en su ano, dándose placer, expresando su satisfación mirando a Heath, gimiendo, echándole el aliento, sus narices rozándose, sus miradas cruzadas. Heath quería ver cómo entraba el rabo dentro del agujero. Le puso bocarriba en el sofá y se la enchufó, deleitándose viendo cómo cada centímetro de su rabo se fundía ahí dentro, penetrando ese esponjoso y suave culito.
Estaba empezando a viciarse con el chavalín. Ya podía andarse con cuidado esta vez, cuidando la relación con su madre si quría tener ese culo todas las noches y a cualquier hora cuando ella no estuviera. Regaló a Rob una de las posturas preferidas de su madre. Le colocó bocabajo, estirado y él se sentó encima de su trasero, pero metiéndole la polla y follándoselo, agarrándole el cuello y obligándole a mirar hacia arriba.
Toma bombeo, ahí con todo el culazo empotrando, metiéndole toda la barra, cascándole las pelotas en la raja. Rob miró hacia atrás y se quedó prendado con la cara de Heath, tan cachondo, tan excitado, tan concentrado en follárselo. Levantó un poco el culito de Rob, puso un pie en el asiento del sofá para coger un punto de apoyo y le empotró perforándole el ojete a pelo.
Si tenía derecho o no a hacer lo que hizo, era algo que no se iba a cuestionar ahora, porque Heath pensó que sí y porque era lo que le nacía hacer en ese momento. Estaba tan cómodo metiéndole el rabo, golpeándole con las bolas, acariciándose el culazo y los muslos a sabiendas de lo bueno que estaba él mismo y de lo agradable que sería mirarse en un espejo cometiendo esa guarrada, que le preñó.
Le temblaba todo el cuerpo al sacar la minga. Su leche impregnaba el agujero y toda la raja. Le acarició el ojete con el pulgar, deslizando su esperma por encima. Con la polla todavía tiesa, roja y mojada, se tumbó encima y al lado de Rob, dejando que sintiera el calor de su cuerpo de macho, bien sudado. Le susurró al oído. Le preguntó si había sido un buen sustituto de su cita fallida. La sonrisa de Rob lo dijo todo.