Caio Veyron y Tim Kruger se follan mano a mano a Allen King y Luciano sin condones y se corren en sus lindas caritas | Tim Tales
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Esos dos tiarrones les sacaban una cabeza entera de altura y no sólo eso. Allen King y Luciano tenían unas buenas pijas, bien largas, ahora mocillonas, pero lo que Caio Veyron y Tim Kruger tenían entre las piernas eran unos pollones todavía más largos, más grandes y más gruesos. Los dos chavales ya estaban dándole a la manita, con la boca entreabierta, dejándose sorprender por el descomunal tamaño de esos dos rabos, Allen acariciando el trabuco de Caio y Luciano haciendo lo mismo con el de Tim.
Sin mediar palabra y en la regla no escrita entre hombres, tanto Allen como Luciano ya supieron qué debían hacer. Se arrodillaron y empezaron a mamar. Lo que comenzó como unas chupaditas, acabó con sonidos a bocajarro. Caio agarrando la cabeza de Allen, obligándole a tragar más de la cuenta. Había algo en esos sonidos guturales que les excitaba, así que Tim y Caio decidieron unir fuerzas y se quedaron de pie, juntitos, cadera con cadera, dando rabo a esos dos mamones.
Morros bañados en saliva, los pelos de la cabeza desordenados, las dos pollas enorme y super gordas frotándose contra los labios húmedos que las acariciaban y daban un gusto tremendo. Allen y Luciano también aprendieron a disfrutar de esas pollazas. Fue un momento dulce cuando las pasearon sobre sus caritas, frotándolas contra los pelos de su barba, de sus bigotes, de las puntas de sus narices, las frentes. Jugaron con ellas haciendo que se rozaran por primera vez, mirando hacia arriba a ver si a esos dos machos les había importado que les cruzaran las dos varitas. Que va, lejos de importarles, los glandes se les pusieron más gordos y duros.
Se las intercambiaron y se las dejaron tan bien preparadas que no iban a hacer falta condones para metérselas por el culo. El pinchazo fue tremendo. Las caras de Luciano y Allen al sentir esas lanzas gruesas y fuertes perforando sus agujeritos lo decían todo. Muecas de dolor extremo, sentían como si les estuvieran destrozando el ano. Por suerte estaban los dos a cuatro patas, frente con frente, para sobrellevar juntos el dolor y después de unos intensos minutos, el gustazo de esas pollazas llegando lejos.
Un morreo entre los dos, con lengua, mientras Tim y Caio se gozaban sus culos metiéndoles las trancas de más de veinticinco centímetros hasta los huevos. Pocas veces habían tenido dentro unas pollas tan ajustadas. Cabalgar sobre ellos fue una proeza. Les ardían los bordes del ojete cada vez que esas mazas entraban y salían de sus agujeros. Eran como putos postes de acero.
Acabaron follados en el suelo después de que Caio y Tim les juntaran esas dos caritas guapas para chuparles de nuevo las pollas y seguir con la fiesta a pelo. Sus cuerpos abiertos de piernas, de par en par, balanceándose hacia atrás y hacia adelante, esos tiarrones que no paraban de meterla una y otra y otra vez, sin rebajar ni un ápice la intensidad de sus enculadas.
Tim fue el primero en regalarles la leche blanca y espesa de su rabo. Al apuntar en dirección a la boca de Allen, él fue el que se llevó el grueso, una pasta de dientes perfecta y blanca para enjuagarse. Luciano se conformó con los colgajos que cayeron sobre su barba y su bigote. Tuvo más suerte con la corrida de Caio, que apuntaba hacia su rostro. Abrió la boca y sacó la lengua para recoger su lefa, mientras un buen lechazo le azotaba el bigote y casi le taponaba las narices. Allen y Luciano se miraron y se cogieron del cuello, sonriendo de vicio, con las caras sucias de lefa, chorreando esperma.
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