Denny Scott retoza en pelotas por la habitación | Bel Ami Online

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He ido a pasar las vacaciones de verano a la mansión de los adinerados amigos de mis padres. Hacía un par de años que no veía a mi antiguo amigo Denny Scott. Estaba cambiado. Puede que yo también a su vista, pero yo no me daba cuenta de los cambios que se producían en mi cuerpo al verme todos los días. Los dos éramos un par de hombrecitos, como diría mi padre cuando se enfadaba, ya con pelos en los huevos.

En los huevos y en los sobacos. Denny llevaba melena y al recogérsela con una mano pude verle la incipiente pelambrera. Ese detalle fue algo más que una apreciación de un colega que mira cómo el otro cambia. Involuntariamente me entró una especie de deseo, de comerle el sobaco, de chupárselo y lamerlo como un auténtico cerdo. Me acerqué y le choqué la mano antes de darle un abrazo.

El día en el lago que había cerca pasó muy rápido. Por la mañana la luz del sol que entraba por la ventana me despertó. Todos estaban dormidos y aproveché para hacer un tour por la casa que era enorme. Llegué hasta la planta de arriba. Había una puerta cerrada y dentro se escuchaban unos gemidos. Se suponía que todos dormíamos en la planta baja. Agarré el picaporte, abrí la puerta y me encontré a Denny completamente desnudo, frotándose sus partes nobles contra una aterciopelada alfombra.

En lugar de asustarnos, actuamos con total naturalidad. Al fin y al cabo todos nos hacíamos pajas y yo me las había hecho parecidas frotándome contra las sábanas. Denny me miró alargando su mirada por encima de la espalda y siguió frotándose de arriba a abajo como si se estuviera follando la alfombra. Yo no podía retirar la vista de su culito y su entrepierna. Unas nalgas suaves, preciosas y entre ellas podía verle los huevazos aplastados contra el suelo, prominentes.

Cerré la puerta para que nadie nos viese. Me senté en el sofá que había cerca y me quedé mirándolo mientras se me ponía morcillona y le acompañé metiéndome la mano por debajo de los gayumbos. Se puso en pie. Se acercó a mí con su rabo duro y tieso meciéndose entre sus piernas hasta que me lo puso bien cerca de la jeta. Era la primera vez que tenía la polla de otro tio tan cerca de la cara. Tan diferente a la mía a la que estaba acostumbrado.

Puede parecer coña, pero lo primero en lo que me fijé fue en su mano, la que dejó caer a un lado sobre su muslo, esperando que yo tomase la iniciativa. Una mano varonil y fuerte, con las venas marcadas. Después sí dirgí de nuevo la vista a su miembro. Unos cojones grandes, colgando, cubiertos por una piel rugosa de cocodrilo. Un pene largo y robusto, circuncidado por más venas marcadas. El cipote recubierto parcialmente por el pellejo, lubricadito, ligeramente torcido hacia un lado.

Le cogí esa mano que tanto me gustaba, le obligué a ponérmela detrás de la cabeza, le agarré los huevos con delicadeza, me tragué su enorme polla descapullándola entre mis labios y no paré hasta que unas buenas babas llenas de lefotes espesos cayeron pringando por mi barbilla. Aquellas serían las vacaciones que me convertirían en un hombre de pleno derecho.

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