Koldo Goran penetra sin condón el culazo de Antonio Miracle | Tim Tales
Un poli siempre vela por la seguridad de los ciudadanos. Antonio Miracle ya había recibido varias quejas de una comunidad de vecinos, en la que ya estaban hartos de que siempre la misma pandilla de granujas echase meadas en las paredes del edificio, debido al local que había justo al lado, en el que celebraban todos sus botellones de fin de semana, y que daba al callejón.
Antonio llegó con el coche patrulla justo a tiempo para meterse en la calleja y pillar a Koldo Goran para meterle un buen puro. No le iba a arrestar ni nada, tan solo ponerle una multa de setecientos cincuenta y un euros como marcaba la ley por mear en la vía pública, pero asustarle metiéndole en el coche con la intención de llevarle al trullo, le daba emoción a la cosa. Así se guardaría la picha en los pantalones y mearía donde debía.
Miró por el retrovisor y el cabrón de gorrita le guiñó un ojo, se relamió los labios con la lengua, se desabrochó la bragueta y se sacó una pija tan larga y gorda por los pantalones que Antonio casi estampa el coche contra otro que estaba aparcado en la acera. «Hijo puta, cómo os las gastáis los chavales de hoy día, ¿de dónde coño has sacado esa pedazo polla?«.
Y en lugar de ir al trullo y meterle el susto, se lo llevó a un hotel cercano, pagó la habitación en metálico por adelantado y ya en la soledad de la habitación dio cuenta de ese gigantesco pollón tal largo como su cara. Cogerlo con la mano y masturbarlo ya le ponía cachondo. Mira que él tenía una buena porra entre las piernas, de hecho en la patrulla lo consideraban el mejor dotado en todos los aspectos, pero esa polla superaba la suya con creces.
Le agarró los cojones, abrió la boca a tope y se tragó todo el trozo de rabo que pudo. Normalmente eran los polis los que jodían a los ladrones, pero a este ladrón le iba a dejar robarle el culo completamente a pelo. Nunca antes le habían metido una maza tan gorda por el culo, ni siquiera las porras negras que sus colegas de profesión le metieron por detrás en la noche de novatadas en las duchas.
Koldo la metía con tanta serenidad y concentración, que Antonio se volvía loco. La majestuosidad de esa larguísima y gorda polla le estaba llevando al reino de la mismísima felicidad. Quizá no estaba bien que un poli como él con apariencia tan dura se volviese así de loco montando sobre una polla, pero si algo no podía hacer Antonio era reprimir sus sentidos.
Estando boca arriba y en mitad de la follada, Koldo sacó el rabo y le decoró el agujero del culo con su leche espesita. Dejó resbalar el rabo dentro del ojete puesto en remojo y de esa puta cerdada nació el pajote de Antonio que, gimiendo como un puto animal, se dejó las serpentinas de lefa sobre los alrededores del ombligo. Después de aquello, Antonio le metió de verdad en la celda, pero no por la meada furtiva, sino para tenerlo controlado y que cuando sus colegas se hubieran ido a dormir, dejar que el ladrón le robara de nuevo el culo, pero esta vez tras los barrotes.