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Telenovela. Capítulo Tres: D.O. y Jean Franko consuman su amor follándose y dejándose toda la leche de los huevos | MEN

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Aquí estamos de vuelta, amigos. Recapitulemos. Mientras Massimo intentaba convencer a su novio Klein de que accidentalmente había caído con su culo justo encima de la polla de Lucas y juntos descubrían nuevas experiencias trío sexuales, recordemos que habíamos dejado a D.O. rodando por las escaleras del sótano cuando se disponía a ir al encuentro de su actual pareja Jean Franko, justo después de follarse y dejar su mampostería de macho sobre el rostro del jovencito y vengativo Pietro, que le recordaba mucho a su tio, con el que estuvo saliendo y también follando antes de que este muriera, crímen que Pietro imputa a D.O. Como sacado de una telenovela.

Y aquí estamos, con D.O. en una silla de ruedas, como Clara en la montaña del abuelito, al cuidado de una enfermera con barba… un momento. ¿Con barba he dicho? No me extraña que D.O. sospeche que tiene un parecido espectacular con alguien a quien conoce, al joven al que declaró su amor antes de perder el conocimiento y antes de perderse cómo su novio se destaba de la silla del sótano en la que estaba atrapado y malhería a Pietro dándolo por muerto.

Pero no lo estaba. Estaba vivito y coleando y justo cuando se disponía a consumar nuevamente su venganza intentando clavar un cuchillo a D.O., Jean Franko tiró del pelo y descubrió que la enfermera era en realidad el mismísimo Pietro. ¿Cómo se quedan? Y amigos, como ocurre en las historias más conmovedoras como Heidi, D.O. salió andando. Milagro.

El amor volvía a triunfar y el fiel Jean Franko hacía tiempo que no lo probaba. Se puso de espaldas a D.O., se frotó contra él y se alegró de volver a notar el enorme bulto de su polla debajo de los pantalones. Había recuperado la movilidad de las piernas y su virilidad, no cabía duda. Jean se moría por volver a tener dentro de su boca un buen pollón.

Nada adoraba más que arrodillarse y ver la forma que dibujaba la minga tras la tela. Le fue destapando los pantalones como un exquisito manjar y lamiendo. Primero dejando al descubierto los pelos que rodeaban el rabo, después la base de la polla y el inicio del escroto y después sacó al bicharraco al que tanto había echado de menos.

Morcillona, calentita, larguísima y con la consistencia de la gelatina, la zarandeó con la mano, la pajeó ligeramente para que se pusiera un poco más dura y se la calzó en la boca. Dos mamadas y ya estaba lista, completamente dura como una piedra, empinada hacia arriba y pajeable a tope.

D.O. también echaba de menos a su hombre, a ese machote de pelo en pecho, fornido, a la delicia de sus mamadas, de su rabo restregándose contra el mar de pelos de su bigote y su barba que tanto gusto le daban. Y también su culazo, ese que le había enamorado desde el primer día. Perder la jeta dentro de esa raja era entrar en otro mundo de placeres.

Como ya os había dicho, Jean había sido fiel todos esos meses, ni siquiera había sido infiel con juguetitos, por lo que su ojete necesitaba trabajo extra. Nada que la hábil lengua, los dedos y los toquecitos de cipote que D.O. le pegaba en el agujero no pudieran solucionar enseguida. Hecho un ovillo y con ese poderoso culazo en pompa, D.O. no se pudo resistir más y le penetró a fondo.

Intentó obviar los gemidos de dolor de Jean. Si se la seguía metiendo, pronto sentiría el gusto. Le alivió notar al poco rato el contacto de las manos de su chico en sus muslos, animándole a que le diera por culo más fuerte. El cabrón ya estaba sudando y con la cara roja, los morros hundidos contra el respaldo del sofá, apagando con él los gemidos mientras se lo follaba duro.

Dicen que cuando sales de una experiencia traumática, te animas a vivir la vida con más intensidad. Debió ser lo que le sucedió a estos dos, porque decidieron probar nuevas experiencias sexuales en su relación como pareja. Jean dejó su puesto a D.O. que era el que ahora estaba con el culo en pompa sobre el sofá. Jean admiró su suave culazo y con la manaza le cogió la polla entre las piernas. Le apretó el rabo por la base y se puso cachondo viendo la raja, los cojones y el rabo todo a tiro.

D.O. le chupó la verga morenota y gorda mientras con los dedos húmedos él mismo se hurgaba en el culete para preparárselo. Se sentó sobre su chico y se empaló el pollón hasta aplastarle los huevos. Ahora que había recuperado la movilidad en las piernas, hasta le hizo un poco de twerking con su rabo dentro del ojete. Se agarró la huevera para que entre salto y salto su largo rabo no diese a Jean una paliza en los cojones con cada brinco, aunque seguro que le hubiera gustado.

Jean se puso en pie y le empotró por detrás. Tras un buen rato enchufándole, se sacó el rabo. Lo tenía empalmado, enorme y durísimo. Con el puño se hizo una suave pajilla en la base, se dejó la polla suelta y la muy cabrona empezó a escupir lefa hacia arriba como una fuente, dejando todos los lechazos resbalando por las nalgas de D.O.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… sí amigos, sé contar y no es Barrio Sésamo, os estoy contando los lefazos que Jean se dejó en su culo y parecía que cada vez le salían más, seguramente por el vicio de ver su lefa cayendo a chorros por el cachete, por la pierna y hacia el suelo.

Con su chico al lado, su polla recién corrida sobre su brazo, D.O. tomó asiento para hacerse un pajotazo. Sintió miedo al notar que sus piernas volvían a abandonarlo. Pero que nadie se asuste, esta vez era por una razón muy diferente. Si eres chico y estás leyendo esto seguro que la conoces bien. La sensación del gusto recorriéndote el cuerpo de la cabeza a los pies, toda esa buena energía concentrada en algún punto entre tu polla y tu culo y entonces se te nubla la vista y te sale toda la fuerza por la punta de la polla en forma de nutritiva leche.

Segundos de pura felicidad. Deseamos que la parejita también sea muy feliz, aunque nada evitará que la venganza vuelva a sus vidas con un jovenzuelo dispuesto a lo que haga falta para honrar la memoria de su tio.

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