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Paul Wagner se divierte en la obra con el jovencito Maverick Sun taladrando su agujero sin condón | MEN

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De entre todos sus compañeros de la empresa de arquitectura, Maverick Sun fue el primero en ofrecerse en ir a visitar las obras para ver que todo estaba en regla. Le encantaba recrearse las vistas con todos esos maromos musculosos que le ponían el pito bien duro. Ese día le tocaba visitar un piso. Cuando ya dudaba que allí hubiera lo que tanto le gustaba, pues el piso ya estaba construído y amueblado, al entrar a la sala de estar se topó con un macho bien fornido y apuesto que le dejó KO.

Camiseta de tirantes dejando a la vista su musculatura, el cuerpo sudado, la visera para atrás y sí, se levantó la camiseta hacia arriba para limpiarse el sudor de la cara mostrando así su espectacular torso varonil y algo peludito que a Maverick terminó de levantarle la polla definitivamente. Hasta ahora nunca había dado un paso más allá de mirar y fantasear, pero esta vez lo tenía tan fácil que agarró a Paul Wagner de la hebilla del cinturón de los pantalones, se agachó, le desabrochó la bragueta y le sacó la pija.

Su rostro dibujando una sonrisa tornó en una mueca de asombro al ver ese pijote tan largo y descapullado. El morbo de tener delante a un obrero sudado, cachas y bien dotado le pudo. Se metió su polla en la boca y se la empezó a mamar. No era excesivamente gruesa, así que tragó y tragó y sintió los pelos rizados y negros de la base del rabo de ese obrero en su bigote, el capullo penetrando por el fondo de su garganta, dejándolo sin respiración unos segundos.

La polla se endureció todavía más dentro de su boca, más larga, más grande, más venosa. Estaba caliente y sudada como todo su cuerpo, el olor de un buen rabo encerrado durante varias horas en la huevera de los calzones después de una dura jornada de trabajo. Paul, que ya se conocía cada estancia de ese piso, se llevó de la mano a Maverick hacia la habitación para enseñarle un secreto que tenía bien guardado el dueño de la casa.

Abrió la puerta del armario empotrado y le enseñó un dildo de goma larguísimo y de color azul pastel. Los dos se echaron unas risas. Paul plantó el dildo en la puerta y retó al chaval a clavárselo por el culo. Maverick se bajó la parte trasera de los pantalones, arqueó la espalda mirando en dirección contraria a la puerta donde estaba clavado el dildo y se lo metió por el culo.

Se enamoró de lo juguetón que era Paul cuando este agarró el pomo de la puerta y se puso delante de él abriéndola y cerrándola, haciendo que el pollote de goma le follara solo. Mientras tanto, Paul le comió los morros y Maverick se quedó enganchado de su mirada, fantaseando, sintiendo casi como si dos tiarrones le estuvieran enchufando.

El que le enchufó la verga y a pelo fue Paul, que al ver cómo disfrutaba el chaval poniendo esa carita de gusto con la goma calentando su ano, le dio la vuelta y se la clavó sin condón. Esta estaba mucho mejor, porque estaba calentita y muy dura. Se la metió hasta los huevos. A Maverick le encantaba que le poseyera un buen macho, que le hiciera cosas como las que Paul le hizo, como taparle la boca con la mano para reprimir sus gemidos, una mano grande y varonil, peludita, fuerte, que olía a trabajo y a polla, a machote. Eso le ponía burro.

Paul se lo llevó de nuevo al terreno que mejor conocía: la obra. Allí entre plásticos, cartones, papeles y pintura, se desnudaron por completo uno enfrente del otro, Maverick se puso mirando hacia la escalera de mano, plantó los pies en el primer peldaño sacando culete y, después de recibir un besito de Paul en la mejilla, muy cariñoso, recibió su pollón.

Se dio la vuelta y apoyó las manos en otro peldaño, abierto de piernas. Tenía la cara y el cuerpo de Paul tan cerca que se quedó embelesado con su mirada, con ese cuerpazo fornido y musculoso. Se estaba enamorando de lo lindo de ese chulazo, de lo dura que la tenía y de lo bien que sabía meterla. Ya sólo esperaba que se le corriera encima cuando ese tio le sorprendió de nuevo agachándose y comiéndole la pirula.

Su rabo bien empuñado en esa mano tan grande y fuerte, el cipote rozando los pelos de su bigote antes de penetrar entre sus labios. Siempre que imaginaba a los tios de la obra, era él el que se agachaba, comía y se abría, nunca había pensado en la otra posibilidad, así que ese gesto le encantó y le infundió nuevas ideas bien guarras en la cabeza.

La cosa quedó ahí, en una mamada. Maverick se tumbó en el suelo, Paul le cogió de las piernas alzando su culete hacia el techo y le enfundó la polla perforándolo desde arriba. Mientras ese tio lo taladraba a pelo, Maverick sintió la llamada de lo salvaje y estaba en la posición adecuada para abrir la boca, sacar la lengua y recibir su propia leche encima.

Al ver ese espectáculo, a Paul le vinieron las ganas enseguida y no pudo resistirse a dejar esa carita guapa más sucia todavía. Le sacó la polla y le apresuró a poner la cara delante. Se la machacó y tras un par de toques le soltó un chorrazo que se plasmó en su mejilla y salió disparado hacia sus hombros y detrás de su espalda. El resto unos lefazos largos colgando de la punta de su rabo, resistiéndose a caer, miel blanca, una puta delicia para los sentidos, la cara, los morros y el pecho de Maverick bien lecheados. Si había algo que a Maverick le habían enseñado bien era a ser agradecido con las cosas, así que miró a Paul y tragó, se tragó su lefa en señal de respeto y admiración por un trabajo bien hecho.

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