Me mira y vuelve a mirar hacia su paquete, donde una mano juguetona no para de marcar el pedazo rabo que se le marca en la delantera, apretando fuerte la tela de los calzones contra la polla bien dura y tiesa que deja poco lugar a la imaginación. Sólo sé que es grande, muy gruesa y de un tamaño impresionante, pues John Brachalli es capaz de marcarla hasta la cadera.
No sólo de polla vive el hombre. Lo de John es pura fantasía. Esos ojitos que me sacan una sonrisa cada vez que me miran. Sus labios ya los puedo ver acariciando mi rabo, comiéndoselo, succionándome las bolas y cuanto más pienso en ello más dura se me pone. Se acaricia el pecho peludete, levanta un brazo y me enseña el sobaco. Ahí huele a macho y sabe lo que eso me gusta.
Tanto como su forma de quitarse los gayumbos. Al bajárselos, su pollón gigantesco se queda cilimbreando todo duro mirando hacia el lado donde lo tenía guardado. Es tan grande que no puedo quitarle ojo, aunque por el rabillo me fijo en su forma de deshacerse de la única prenda de ropa que le quedaba. Los calzones se escurren por sus muslos, por sus pantorrillas, hasta llegarle a los tobillos. Hábilmente con los pies, los destierra lejos y se queda en pelotas y empalmado.
Vuelve a mirarme y me lanza una de esas medias sonrisas suyas que me fulminan directamente. Sabe que me mola su polla, que sería capaz de caer de rodillas a sus pies y zampármela. Se masturba y se relame sin dejar de mirar su miembro erecto y grande. Es consciente del tamaño de su polla desde el mismo momento en que se la coge por la base y la palmea sobre su mano. Se tumba en el sofá y s ela machaca. Tiene la boca entreabierta. Casi puedo sentir el roce de su aliento sobre mi boca. Le deseo fuerte. Su respiración se agita más y más hasta que termina sacándose toda la leche de los cojones. La veo salir a chorrazos de su polla firme, catapultándose desde su cipote rojizo y gordo.