Alan Vicenzo se deja follar a pelo en la cocina por el formidable fontanero bien cachas, guapo y dotado Leo La Rosa | Men At Play

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Electricistas, pintores, fontaneros, lo de llamar a cualquier gremio se había convertido en un vicio perverso para Alan Vicenzo y más a partir de ese día, cuando su seguro le envió a un tiarrón italiano que hizo que se le cayera la baba nada más abrirle la puerta. Leo La Rosa tenía todo aquello que Alan quería en un hombre y que le impulsaba a sus brazos. Guapísimo, atractivo, con la tez bronceada, pelo engominado de punta rapadito por los lados dándole un aire de malote, cejas y barba pobladas con unos pelazos negros, labios apetecibles y una sonrisa que le hacía derretirse.

Y la guinda del pastel la ponía ese cuerpazo musculoso. Venía con su mono azul pero por debajo de la cintura, sudadito, como si apenas siendo por la mañana ya hubiera acometido más de un trabajito. Y esa camiseta blanca de tirantes que dejaban al descubierto su fibradito torso y sus grandes biceps, perfectos para dar abrazos. Alan se aseguró de que no hablara mucho inglés, porque sin poder esperar ni un solo segundo más, tenía que comentarle por teléfono a su amigo más íntimo que estaba ante el tio más alucinante que había conocido en mucho tiempo.

A ver, Leo no sabía hablar mucho inglés pero algo entendía, sobre todo cuando se ponían a hacerle fotos. Se levantó y con su poco vocabulario le dijo a Alan que podían ser buenos amigos, se acercó a su cara y le metió un buen morreo con lengua que a Alan le dejó como un muñeco de trapo vencido en manos de ese gañan. Se tuvo que abrazar a él para no caerse al suelo cuando sus piernas empezaron a flojear al sentir su lengua húmeda y caliente dentro de su boca, esos ojazos latinos mirándole de cerca.

Si ya entre las piernas tenía algo digno, iba a ser alucinante. Sin pensárselo dos veces, se arrancó y coló la mano por encima del mono. Lo que tocó, algo grande y duro, le hizo estremecerse de placer y un gemido salió por su boca, incapaz de comprender cómo ese hombre podía estar tan bien armado. Se agachó, tiró de los calzones hacia abajo fuerte y dejó salir su polla rebotando, una polla larga, grande, fuerte y morenita, con unos buenos huevazos colgando bien grandes también y esa base de pelazos negros que completaban la experiencia suprema.

Empezó a succionársela literalmente, a tragar colándola por su garganta. La polla creció ahí dentro y pasó de estar con el cipote cubierto por el pellejo a salir lustroso y despampanante mojado en sus babas. Leo se quitó la camiseta. Su torso varonil hizo que Alan se enamorara todavía más perdidamente. Pelazos en unos pectorales curtidos y una línea de vello bajaba por ellos hasta fundirse con la base de su polla. Los abdominales bien marcados a ambos lados.

Hizo muy bien su trabajo, colocó a Alan mirando hacia la cocina y le empotró dándole por culo, desatascando ese agujero que estaba deseando tragar rabo. Se lo montaron encima de la mesa, donde Alan se lo cabalgó, dándose el tremendo placer de correrse sobre los pelos de su torso. Siguió saltando un ratito sobre su polla, admirando ese cuerpazo ahora con virutas blancas por encima. Luego se agachó para disfrutar del caldo de esa verga sobre su cara, goteando por su barbilla hasta caer sobre su cuerpo. Sin duda el mejor fontanero que había probado en su vida.

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