El Club-X había sido oficialmente inaugurado y había pasado de ser un lugar de juegos entre hombres al local preferido de cruising de la ciudad. Internarse por la zona de los pasillos oscuros se había convertido en toda una aventura digna de los deportes de riesgo, porque nada más poner un pie en ellos, el corazón se ponía a mil. El chulazo John Brachalli ya se había acostumbrado a esa agradable sensación y lo frecuentaba con asiduidad.
Con su corte de pelo, sus ojazos, su guapísima y atractiva cara y el pollón que tenía, era todo un reclamo para otros hombres que solían acudir trajeados después de salir de la oficina como Nicholas Bardem, para soltar toda la descarga de adrenalina y otra deliciosa que llevaban acumulada en los huevos. Encontrarse con chulazos como John les daba la vida y les calmaban la puta ansiedad que llevaban dentro desde el mismo momento en que cruzaban pajas o hacían ponerse de rodillas al guaperas para disfrutar de sus suaves y deliciosos labios arropándoles las gordas y enormes pollas.
Allí podían hacer todo lo que sus mujeres no les dejaban hacer en la cama, poner a ese cabronazo mirando hacia la pared y abrirle el culo a pollazos. Hundir el rabo dentro de su apretado culo era la sensación más maravillosa del mundo. Qué bonito lo tenía. Redondito, blanquito, tierno. Se dejaba querer y también se dejaba embutir una buena cigala por la boca hasta que se le salían las lágrimas.
A Nicholas a veces le apetecía estar a solas con él y otras le daba morbo compartirlo con otros tios como D. Dan, que llegaban ya andando por el pasillo con la bragueta abierta y el rabo tieso por fuera. Hasta Nicholas se arrodillaba para comerle el nabo antes de compartir el rico culazo del chaval, al que también dejaban ejercer de empotrador, dando buen uso a su larga pollaza.