La reserva natural estaba llena de tios cachondos que aparecían de la nada, que abandonaban sus labores diarias para llevarse una mano al paquete mirando cómo otros se lo montaban. El leñador dejó el pesado tocón en el banco y se magreó por encima de los pantalones, mordiéndose los labios, viendo cómo dos tios se daban el lote en el puente.
Uno era un chulazo de pelo moreno y cortito, bien guaperas, con unos vaqueros azul clarito. Otro era un tio delgado y barbudo, con un cuerpo más del montón pero muy atractivo, vestido con unas bermudas. Los dos desnudos de cintura para arriba. Fue este el primero que miró hacia abajo y, a sabiendas de que el leñador se estaba tocando sus partes, se esforzó más por ponerlo cachondo, con furtivas miraditas que le lanzaba cada vez que el otro le tocaba el paquete o cuando él agarraba el del chulazo metiéndole un buen agarerón en sus partes nobles.
Con la mirada parecía estar invitándole. Cuando subió las escaleras y llegó donde ellos estaban, ahora en la estructura de ladrillo al borde del puente colgante, encontró al chulo de rodillas, intentando (porque esa es la palabra oportuna) comerle la polla al barbitas. Menudo rabo tenía el colega. Si así era morcillón, no quería ni imaginar cómo sería cuando estuviera empitonado.
Larguísimo y bien gordo, el chulo se dejó el alma mamando esa verga, aunque lo hacía de puta madre y sabía aprovechar la ocasión de que ahora todavía no estaba del todo dura para metérsela hasta el fondo. Los grandísimos cojones colgantes azotando su barbilla con su piel gruesa y rugosa cada vez que lo hacía, debían ser un incentivo para aplicarse cada vez más.
El leñador se bajó los pantalones y se masturbó cerca de ellos mirando la mamada. Enseguida los dos se le acercaron y ahora la boquita mamona del chulazo estaba arropando su pito. El barbitas se puso al lado y se acercó para darle un morreo mientras el guaperas daba buena cuenta de los dos rabos antes de dirigirse a la pared de ladrillos y ofrecerles el culo.
Al leñador le hubiera encantado estrenar el agujero de ese tio buenorro, pero fue un caballero y cedió la ventaja al barbitas, que le insertó su enorme polla gorda por el agujero sin condón. Cuanto más fuerte le daba, más beneficios sacaba el leñador, porque tenía a ese chulo comiendo de su polla mientras tanto. Inevitablemente, una mejor follada, se traducía en una mejor mamada.
No tuvo la oportunidad de follárselo. El cabroncete quería leche de rabo. Se puso entre los dos, les invitó a acercarse, a cascársela cerquita de su cara y fue todo un placer tanto para el barbitas como para el leñador, inundar de leche esa carita guapa, dejándole una buena cantidad de lefa blanca en todos los morros.